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Algunos hombres buenos

Jurgen Klopp es el entrenador del momento. No gana un título así le maten, pero da igual: los merece todos. Demasiado temperamental y espontáneo para ser y pensar como un alemán, ha encontrado la horma de su zapato en el Liverpool, probablemente el equipo más sentimental que existe. Este año Kloop está a punto de perder la Premier al quedarse a un punto del todopoderoso City de Guardiola, y se las verá con el Tottenham en la tercera final de la Champions que va a jugar (dos con el Liverpool y una con el Borussia), y que nunca ha ganado.

Yo no sé si la ganará esta vez: pero yo sólo sé que si mañana me meto en una pelea, ojalá que me pille con Kloop a mi lado. Anima, ríe, ordena, grita, se cabrea, te abronca, te abraza. Lo hace todo, y algunas veces lo hace todo a la vez. Su manera de encarar la eliminatoria contra el Barça, haciendo frente a todos los inconvenientes que le surgieron, ha sido un máster en gestión de grupos En un mundo en el que a veces dividimos entre aquellos con quienes nos iríamos a tomar una copa y aquellos con los que no, yo con Kloop me tomaba varias (siempre que pagara él, claro). Y además va a ganar la Liga de Campeones, de una puñetera vez.

Juanjo Millás. Juanjo Millás, colaborador de esta casa desde hace más de veinte años, está loco. De remate, además. Sí, no hay que esconder la realidad (ni la irrealidad) en la que se mueve Millás, por dura que sea. Él va por ahí aparentando normalidad, tan campante (signifique lo que signifique campante) pero la verdad es que es un peligro andante: escribe una barbaridad (4 ó 5 artículos a la semana, en distintos periódicos y magacines), da charlas y conferencias, participa en la radio, da talleres de escritura. Y entre medias ve cosas que nadie ve y piensa cosas que nadie piensa. En el colmo de los colmos, también escribe libros que nadie escribe, sobre esas cosas que solo él ve y sólo él piensa.

El último de ellos, La vida a ratos (Alfaguara) publicado a finales de abril, es una especie de diario lleno de momentos surrealistas que quizá sean verdaderos (o lleno de momentos reales, pero que tal vez puedan ser falsos). O lo contrario, pero qué más da: Millás es un columnista estratosférico y un escritor indispensable, con una productividad impresionante (como digo arriba se explota a sí mismo de manera inmisericorde: cualquier día se denuncia a sí mismo ante la inspección de trabajo, por negrero. O se pone en huelga contra él, con una pancarta que diga «Millás, cumple el estatuto») y con una imaginación fuera de lo común, capaz de sacarte tres artículos, dos prefacios y un reportaje de mil quinientas palabras sobre la observación de la hormiga-oruga y su devenir en el contexto del mediterráneo español. O sea, lo que yo decía, y volviendo al principio: que está loco.

- Entre la posibilidad de ser un político bueno, malo o regular, Alfredo Pérez Rubalcaba eligió bien pronto ser necesario. Velocista de cien metros en su juventud, se convirtió con el paso del tiempo en un político de fondo que dominaba todas las distancias, sabiendo qué ritmo meter en cada tramo y cómo explicarlo a quien fuera menester. Tirando siempre de una pedagogía fuera de lo común, primero con Felipe González como portavoz y ministro de Educación, y después con Zapatero como portavoz en el Congreso y vicepresidente, perfeccionó una capacidad dialéctica que dominaba como pocos, y sin perder jamás los nervios. La derecha le convirtió el pagano de todos sus males y miserias tras el atentado del 11-M, en un Fouché a la española con garras, cuernos y rabo, pero acabaron reconociendo que era un político superior y con el que era posible tender líneas de comunicación más allá del machito diario.

Y es que cualquier cosa problemática (o marrón, directamente) que sucedía en el gobierno de Zapatero, cualquiera, se pasaba a Rubalcaba para que lo arreglara: así como hay políticos que se empeñan en crear un problema tras otro, Rubalcaba fue siempre un solucionador nato, y un negociador temible que siempre encontraba el pasillo y la puerta que llevaba al pacto y al acuerdo. También era cercano, irónico, y tenía sentido del humor, y era listo, hábil, rápido y sagaz como él solo. Lo único, que era del Real Madrid: pero sus admiradores no se lo tuvimos nunca en cuenta.

De lejos, el mejor ministro de Interior de nuestra democracia, desde donde redujo en miles de muertos los accidentes de tráfico, con la implantación del carné por puntos. Y desde donde consiguió acosar, ahogar y asfixiar a ETA hasta conseguir que pidieran el alto el fuego por inanición. Y tras más de treinta años de política de primerísimo nivel y con un currículum como el suyo, se vuelve a dar clases de Química a la facultad. Se nos va un insustituible, uno de los mejores, maldito viernes.

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