«Cuando, a propósito de una ciudad o de un barrio, decimos que nos sentimos como en casa, estamos afirmando que el medio físico construido parece emanar de nuestra manera de habitar y de ser»

(Richard Sennett, Construir y Habitar).

La campaña electoral que acaba de empezar se hablará mucho de la ciudad y de urbanismo, pero en la práctica, las diferentes opciones políticas suelen producir un discurso rutinario que se resume en una serie de acciones y proyectos más o menos reveladores de una noción de ciudad como prestadora de servicios en la que los ciudadanos son considerados implícitamente como sujetos pasivos. Naturalmente, la buena marcha de una ciudad exige toda clase de acciones técnicas que mejoren su calidad de vida, pero para evitar caer en una deriva tecnocrática, las acciones y proyectos urbanos deben de emanar y de ser coherentes con una manera de entender y concebir la ciudad y su futuro.

Después de los lamentables cuatro años de gobierno municipal que ha atravesado nuestra ciudad, la recuperación de las esperanzas que suscitaron en su inicio demandan un discurso nuevo, vigoroso e innovador sobre la ciudad. No se trata tanto de modelo de ciudad, como de formas nuevas de mirarla, de vivirla y habitarla. Este artículo pretende ser una aportación desde el urbanismo al necesario debate para recuperar el camino perdido de esta ciudad extraviada.

En la actualidad, el urbanismo contemporáneo se ha convertido en un discurso abierto más ligado a valores que a contenidos técnicos. Un urbanismo en el que el habitar la ciudad confluye simultáneamente con pensarla y con construirla. Un urbanismo capaz de traducir a formas espaciales y arquitectónicas valores como la justicia, la igualdad, la democracia... Denomino como «Ciudad Abierta» al paradigma de este urbanismo. Una ciudad sin rupturas entre lo construido y lo vivido, entre el medio físico y el social y humano, entre necesidades y deseos... Algunos de los rasgos de esta «Ciudad Abierta» se exponen a continuación en forma de decálogo.

1. Una Ciudad Abierta reparte el poder, una ciudad cerrada lo concentra.

2. Una Ciudad Abierta está concebida como una ciudad para los ciudadanos y no como un producto para el consumo turístico. Una ciudad atractiva para sus ciudadanos también lo es para los que nos vistan.

3. La Ciudad Abierta promueve la igualdad, practica la tolerancia activa y una gestión transparente y autocrítica.

4. En una Ciudad Abierta el todo es más que la suma de las partes. Y en una ciudad las partes son tanto los barrios como las personas que la habitan. Una ciudad que actúa como una suma de barrios o de ciudadanos es incapaz de elaborar un proyecto común. En esta ciudad cerrada cada barrio y cada ciudadano solo mira lo inmediato, lo más próximo en el espacio y el tiempo. En cambio, en una Ciudad Abierta las reivindicaciones urbanas de una parte siempre tienen como referente una alternativa de ciudad como un todo.

5. La ciudad contemporánea es una ciudad de «tiempo rápido» como se manifiesta en aspectos que van desde la velocidad de desplazamiento y la velocidad de las conexiones en las redes sociales y transmisión de datos, al turismo urbano de consumo rápido. A esta ciudad se opone la Ciudad Abierta, una ciudad de «tiempo lento» que le permite crecer armónicamente, fomentar la cercanía sobre la conectividad, usar lo que ya existe, integradora? Esta ciudad de «tiempo lento» deja una huella más imperecedera que la de «tiempo rápido» en el espacio público y en la memoria de los ciudadanos al favorecer un mayor arraigo con los lugares.

6. Uno de los atributos más identificadores de una Ciudad Abierta aparece en su relación con la naturaleza. Una Ciudad Abierta dialoga con la naturaleza, la integra, la cuida como un valor en sí misma y no como un recurso para su explotación turística o inmobiliaria.

7. Una Ciudad Abierta no está aislada en su término, sino que establece toda clase de relaciones con su entorno territorial y urbano, no solo buscando una mayor eficiencia económica y funcional sino como un factor de enriquecimiento social y cultural. La Ciudad Abierta está atenta a las experiencias de otras ciudades con las que comparte problemas comunes.

8. Las nuevas tecnologías pueden contribuir a abrir una ciudad pero también a cerrarla. El urbanista Richard Sennett distingue dos clases de Ciudad Inteligente: la que nos anestesia y la que nos puede hacer más inteligentes. En la primera, sofisticados algoritmos nos prescriben cómo debemos de vivir, con la promesa de una felicidad que suele implicar la renuncia al ejercicio de la libertad y de la responsabilidad como ciudadanos. En esta Ciudad Inteligente que nos entontece, la tecnología se erige como un mecanismo legitimador de decisiones que implican lo que es una buena o una mala ciudad al margen de los ciudadanos. Por el contrario, en la Ciudad Abierta, la tecnología se entiende más como un instrumento de coordinación que de control, que contribuye a mejorar aspectos que inciden en la vida de la gente, como la eficiencia energética, la transparencia de la gestión, regular los gases de efecto invernadero, etcétera; una ciudad en la que no se permite sustituir a los ciudadanos dando respuestas técnicas a problemas políticos y sociales.

9. La complejidad enriquece a una ciudad. La complejidad es un atributo de la Ciudad Abierta que no solo la hace más eficiente en cuestiones como el consumo de energía o la conectividad, sino porque transmite mayor riqueza de significados. La complejidad en una Ciudad Abierta integra lo diferente, y está abierta al azar, a la contingencia y a la serendipia.

10. Una Ciudad Abierta es una ciudad inacabada que constantemente se reinventa a sí misma. Es una ciudad que huye de lo previsible, que se construye con proyectos que interpretan lo imprevisible y contingente haciendo posible la renovación continua en la forma de habitarla.