Cuando se inventó internet se hizo para ser utilizado como una potente herramienta para obtener información y para enviarla. Pero no para hacer daño. Pero no es eso lo que estamos viendo ahora con la utilización de las redes sociales, en muchos casos, para realizar actos de odio a los que son o piensan de forma diferente al que las usa. O para injuriar o calumniar a otros. Y todo ello bajo al aparente «paraguas» de la libertad de expresión o una forma particular, que es errónea, de entender qué significa esta libertad. Porque la libertad de uno termina donde empieza la de los demás a que no les humillen en público, que no les falten el respeto y, sobre todo, que no se hagan manifestaciones de sentimientos de odio a los demás.

Pero quien así actúa lo hace desde la atalaya de la intolerancia y, sin embargo, son los que más predican con el objetivo de reclamar más «libertad» y más «democracia». El problema de todo esto, sin embargo, es no saber la definición de los términos que se utilizan al usar las redes sociales. Porque es contradictorio atacar a los demás y reclamar principios democráticos, y porque la libertad de expresión no quiere decir hacer lo que yo quiera, sino que la expresión debe ser siempre respetuosa con los demás, con sus creencias y con sus formas de ser y pensar.

Pero internet se utiliza a veces para hacer el mal. Y si se indaga, sin embargo, en cuál fue el origen de internet hay que recordar que, de todos modos, el trasfondo de los orígenes de la red está en factores políticos y que fue en la década de los sesenta, en plena guerra fría, cuando la rivalidad entre las dos grandes potencias, Rusia y EE UU, impulsó la carrera armamentística sin olvidar la importancia que el desarrollo tecnológico tenía en la consecución de los objetivos. Por ello, los responsables de Darpa (Agencia encargada de proyectos de investigación y desarrollo norteamericana) buscaban una fórmula para conectar sus ordenadores teniendo como finalidad impulsar un sistema de comunicaciones que no pudiera ser bloqueado por un ataque nuclear a gran escala; es decir, una especie de «telaraña de comunicaciones múltiples». Por eso, señala Félix Badía que el verdadero origen de internet está en la necesidad de desarrollar esta comunicación entre técnicos y que con este objetivo surge en el año 1969 Arpanet, el embrión de internet.

Sin embargo, antes de que se implantara Arpanet la existencia de Darpa funcionaba, como lo denominó J. C. R. Licklider, como una «red galáctica» que se parecía al actual sistema de internet, aunque limitado a operadores concretos y predefinidos, siendo este investigador quien introdujo la filosofía básica de lo que hoy todos conocemos y fue uno de los responsables de Darpa, aunque, como decimos, era un sistema todavía limitado que se ceñía en el año 1965 a comunicaciones de carácter bilateral al que le faltaba la apertura a otros centros de conexión. Recordemos, por ello, que en el año 1969 es Arpanet la red que se constituye cuando se conectan los nodos de las universidades de California, Stanford, Santa Bárbara y UTA y es este el origen de internet y más tarde se van sumando diversas instituciones que por medio del sistema creado se entrecruzan información y se van incorporando universidades de distintas partes del mundo, conectándose entre sí todas las instituciones, organizaciones y empresas, por lo que al estar interconectados todos los usuarios de estas instituciones les permitía intercambiarse información. En definitiva, hoy en día este conjunto de redes interconectadas es lo que se conoce como internet.

Este sistema de interconexión entre todos los ordenadores se verifica por la existencia de lo que se denomina «el mismo idioma de conexión» por medio de protocolos, el primero de los cuales se creó en 1970, el NCP (Network Control Protocol), Protocolo de Control de redes y a partir de 1983 se implanta el TCP/IP (Transfer Control Protocol/Internet Protocol, Protocolo de Control de Transferencias/Protocolo de Internet), siendo este el que hoy en día está funcionando en la World Wide Web.

Pues bien, este magnífico sistema de redes e interconexión, totalmente protocolizado, y altamente tecnologizado, tiene hoy en día un uso ajeno a los fines positivos para los que se creó, lo que exige un absoluto díselo de organismos de control en donde desde los prestadores de servicio se vigile y sancione este mal uso. Es decir, el autocontrol de quien facilita estas redes sociales. Y ello, con independencia de cubrir las lagunas para perseguir este tipo de hechos. Porque ello no supone atentar contra la libertad de expresión, sino poner coto a quien no respeta el derecho de los demás a que no se les odie, insulte o menosprecie, que es un derecho mayor o, al menos, igual.