Sin duda alguna, una de mis historias favoritas sobre las conversaciones entre científicos y políticos es la anécdota, algunos dicen que apócrifa, entre el físico inglés Michael Faraday y el ministro de Hacienda británico William Gladstone. Este último se sintió interesado por los trabajos sobre electromagnetismo del físico, que trataba inútilmente de hacerle ver los potenciales beneficios de todo aquello. En un momento determinado, Faraday abandonó su entusiasmo científico y tiró mano de un pragmatismo que consiguió vencer cualquier duda del ministro. Le dijo: «Sir, algún día usted podrá cobrar impuestos por esto».

Los impuestos son la parte de sus ingresos que cada persona debe aportar al Estado para costear las necesidades colectivas. Es un modelo que de una forma u otra se ha seguido aplicando desde los tiempos más remotos y que hemos asumido prácticamente desde que hemos ganado nuestro primer sueldo. Ya popularizó este hecho, Benjamín Franklin cuando dijo aquello de «La muerte y los impuestos son las dos únicas cosas completamente ciertas». Cada gobernante debe tratar de equilibrar la balanza de lo que gasta con lo que obtiene de sus ciudadanos mediante los impuestos, pero puede aplicar diversos modelos que pueden conducir a tener éxito o fracaso en el empeño. Si aplicáramos el cuento de la lechera directamente, si se incrementan los impuestos, se incrementan los ingresos y por tanto las posibilidades de gasto público. Pero la realidad se ha mostrado terca en demostrar que esto no ocurre siempre así, ese incremento de la presión fiscal supone en ocasiones un decremento de la actividad y en el mundo global en el que vivimos una huida del capital hacia lugares menos gravosos. También es muy importante el destino que el Estado da a esos impuestos que recauda, ya que gestionados hábilmente pueden ayudar a gestionar más riqueza, pero si se utilizan simplemente para mantener estructuras inútiles en el gobierno podemos llegar a situaciones de despilfarro terribles.

La llegada del segundo Botànic al gobierno valenciano promete mucho de esto último con las primeras filtraciones surgidas. Los diputados de Podemos parece que esta vez van a exigir la entrada en el gobierno, los socialistas y los de Compromís no desean perder las consellerias que han ocupado estos cuatro años, es más, los socialistas quieren que se note que en estas votaciones su respaldo ha sido sensiblemente mayor y quieren que se note. El president Ximo Puig parece que va a imitar a Faraday en su pragmatismo y ha sentenciado que para contentar a todos vamos a pasar de diez a doce consellerias, imagino que no crearán trece por superstición. No hay proyecto ni modelo que lo justifique más allá de que a este paso va a ser conseller hasta el que abre la puerta en la sede de Compromís. Si el Botànic había superado en el pasado mandato todos los records de cantidades de personal de libre designación, parece que en este va a dejar pequeños dichos números. Es curioso que mientras hablan de la importancia del «qué y del quién» realmente lo que les interesa es el «cuántos». Si se pregunta cómo se va a financiar toda esta broma, solo tienen que mirar a su bolsillo.

Mientras tanto, en Madrid, no esperen nada mejor, el presidente Sánchez también parece ir en la línea de la subida de impuestos, aunque lo negara en los debates. El plan de estabilidad que ha enviado a la Comisión Europea contiene una subida de impuestos de 5.654 millones para el 2020. Así, muchos de los españoles que votaron a los socialistas se acordarán de su voto cuando por ejemplo vayan a llenar el depósito de su coche diésel. También otros muchos de la clase media se darán cuenta de que son considerados «ricos» para el Gobierno cuando vean las subidas de impuestos a las que tendrán que hacer frente. Evidentemente el candidato Sánchez y el presidente Sánchez siguen siendo diferentes personas.

Vamos camino de convertir nuestra España y nuestra Comunidad en nuevo bosque de Sherwood bajo los impuestos del rey Juan. Solo queda esperar que las urnas nos traigan en próxima ocasión un Robin Hood que piense más en mejorar la gestión que en sangrar más a los ciudadanos.