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Opinión

Corazón rojo, mente fría

Gran parte de la militancia del PSOE es roja y vibró la noche del 28-A al ver de ese color todo el mapa de este país, embargada por una sensación sobre todo emocional, nacida del estómago, del corazón. Rojo: ese color que marca el ideario de la izquierda pura, heredado de las revoluciones del siglo pasado y filtrado ahora a un reformismo por el que el pueblo ya no discute el capitalismo pero todavía se planta ante los poderosos. Hay alcaldes socialistas que en sus despachos tienen colgada la bandera republicana; y los entusiastas congregados ante la sede de Ferraz le clamaban a Pedro Sánchez que «con Rivera, no, con Rivera, no», ya no sólo por las duras palabras del líder de Cs contra el PSOE en la campaña, sino por ese deseo de no pactar con la derecha aunque ahora se disfrace de centro. Pero este corazón rojo no siempre se traslada a los dirigentes socialistas: rojo fue el Zapatero que se plantó ante la bandera americana en protesta por la Guerra del Golfo pero no el Zapatero que pactó con el PP reformar la Constitución para salvar a la banca de la crisis; rojo, el Felipe González de los primeros tiempos de pana (aunque era más estética que otra cosa: ya entonces se cargó el marxismo), pero no el Felipe de los últimos tiempos, tan socialdemócrata. Rojo, Joaquín Almunia cuando se alió con EU (le salió fatal) pero no Susana Díaz cuando abjuraba de los podemitas en Andalucía (le fue horrible).

La cosa anda ahora igual. Buena parte de los dirigentes socialistas querrían pactar con Cs si el cordón sanitario de Rivera se rompe y, si no, ansían un gobierno monocolor del PSOE que llegue a pactos puntuales con varias fuerzas políticas pero sin compartir ejecutivo con Unidas Podemos, ni tener que toparse en los despachos con ministras de Pablo Iglesias, porque ese es un viaje que da más vértigo. Es la postura de José Luis Ábalos, el heredero de esa larga tradición de fontaneros políticos que ha dado el socialismo español: Ábalos no es rojo ni emocional. Es una mente fría: ansía que el PSOE sea un partido de Estado. Es la eterna contradicción con su propia militancia, con su propia gente.

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