Tras la intensidad vivida en los procesos electorales celebrados, llega la hora de analizar el significado de unos resultados que marcarán el futuro, tras haber cambiado en profundidad la cartografía política en España. Comenzamos con los partidos de izquierda para examinar, en una siguiente entrega, los partidos de derechas.

La victoria del PSOE de Pedro Sánchez ha sido tan incuestionable como sustantiva, demostrando que es un partido esencial para articular la sociedad. Tras la pérdida del gobierno en Andalucía, con una parte del aparato del partido en contra y soportando una campaña de insultos y deslegitimación durísima desde las formaciones de la derecha, en pleno juicio del procés en el Tribunal Supremo y con los partidos independentistas catalanes trabajando a la contra, el triunfo de los socialistas ha sido más épico de lo que reflejan los resultados. Hay que reconocer que, en este éxito, la figura de Pedro Sánchez emerge con más fuerza todavía, al encarnar el tesón y el trabajo a favor de un objetivo a pesar de las adversidades. Más aún teniendo en cuenta que toda la derecha se lanzó en tromba desde el minuto uno de su mandato, tras vencer su moción de censura, en una maniobra de desgaste que alcanzó niveles ofensivos intolerables, sin importar el clima irrespirable que se generaba en la sociedad.

Por ello, el PSOE no solo ha sido el ganador político, sino también el vencedor moral en esa censura encubierta a la que el PP sometió su mandato en sus poco más de diez meses de gobierno. Pero el PSOE debe comprender que ha recogido mucho apoyo excepcional, al catalizar el voto útil de izquierda, los electores moderados que rechazaban la política fraticida del PP y Ciudadanos, así como el voto de rechazo a una extrema derecha que puso en marcha en Andalucía su experimento de frente común contra una parte de la sociedad a la que rechazan. Es cierto que el Gobierno socialista que ha presidido Sánchez, en sus pocos meses de mandato, no ha tenido ni el tiempo, ni la fortaleza, para impulsar cambios en profundidad, pero sin duda, ha delimitado los perfiles de una agenda económica y social diferente a la que quiere la derecha, con un discurso político que rompe con la insolencia, el insulto y la crispación en la que viven instalados sus opositores. Pero el sistema electoral actúa de manera distinta en unas elecciones locales y autonómicas, por lo que no se puede dar nada por conseguido en municipios y comunidades, donde su presencia y labor ha sido contradictoria, como sucede en Alicante.

Podemos, por su parte, es un partido muy joven que en muy pocos años se ha hecho viejo. Olvidamos que esta formación participó por vez primera en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, hace tan solo cinco años. Posteriormente, concurrió a las generales de 2015 y a las convocadas el año siguiente, en 2016, manteniendo un discurso extremadamente duro contra lo que llamaba la casta política, el bipartidismo y el turnismo, que decían rechazar. Para ello, se presentaban como la única fuerza de izquierda y la alternativa a un PSOE que consideraban moribundo, al que no ahorraban descalificaciones y al que decían que ganarían. Esa fue su gran apuesta en las elecciones de 2016, cuando pregonaban su famoso «asalto a los cielos», quedándose finalmente a poco más de un punto. Desde entonces, no han ahorrado enfrentamientos con aliados y compañeros en toda España, utilizando algunas de las peores prácticas políticas que con tanto ahínco criticaron, devaluando su programa y convirtiendo el partido en una organización política piramidal y férreamente centralizada, incapaz de sacudirse de encima el ego y los caprichos de Pablo Iglesias.

Sus resultados en estas elecciones y la fuerte caída que ha experimentado esta formación son el resultado de todo ello, a pesar de lo cual, siguen sin hacer autocrítica y sin comprender adecuadamente las razones de su pérdida de credibilidad, con el agravante del ansia que parece tener Iglesias por ser ministro. De manera que, dependiendo de lo que haga esta organización, puede remontar la caída o mantener su acelerada pérdida de votos y apoyos entre la izquierda.

Si hay un partido cuyos resultados han sido injustos es Compromís, con todo el trabajo que viene haciendo desde hace años en la Comunidad, en sus ciudades y municipios. Una fuerza fundamental en la lucha contra la corrupción, la regeneración democrática y el impulso de unas políticas sociales reducidas a la mínima expresión con el PP, no ha visto reconocida su trabajo. Es inaudito que haya obtenido menos votos que un partido como Ciudadanos, que presume de no haber hecho nada, como reconocen algunos de sus dirigentes. Pero la política es un territorio muy complejo y la sociedad tiene una percepción de la realidad en función de una mezcla de intereses contrapuestos, que en el caso de una comunidad tan extraordinariamente heterogénea como es la valenciana, se alimentan de elementos contradictorios.

Sin embargo, Compromís demuestra, en ocasiones, no comprender esa heterogeneidad compleja, algo que toma cuerpo especialmente en la provincia de Alicante y en algunas de sus políticas más emblemáticas. Compromís debe entender mejor esa disparidad, plasmándola en su trabajo de manera capilar y transversal, porque siguen existiendo espacios que mantienen o profundizan un trato desigual con esta provincia.