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El Indignado burgués

El drama de los perdedores

Ganar o perder son dos imposturas, ya lo dijo Kipling, porque nunca se pierde ni se gana del todo y, porque ambas caras de la moneda no dejan de ser temporales. Dicho lo cual lo peor es la cara que se te queda cuando simplemente eres aficionado, o las prisas que te entran por colocarte si eres profesional. La política es exactamente igual que el fútbol, la vida a cuatro años vista, mientras en el balompié, en solo 90 minutos más lo que añada el árbitro pasa la vida delante de tus ojos. De igual forma las derrotas y las victorias se solapan y siempre queda el partido de pasado mañana para tratar de revertir la tragedia, pero nunca es lo mismo y acaban muchos juguetes rotos en la cuneta.

No les engaño: he vivido noches electorales que no creerían y que dejan en pañales el monólogo final del replicante de Blade Runner. Antes de que esos recuerdos se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia, les describiré sedes en las que los primeros espadas lloraban por la debacle, pero los que cuelgan de una lista o están detrás del escenario de los líderes no saben literalmente cómo darán al día siguiente de comer a sus hijos. ¿Les parece dramático?, pues peor es trabajar.

En la almendra interior de los partidos políticos no estar en el poder supone no tener acomodo para tantos y tantos que viven de la pedrea de las administraciones públicas, de las asesorías y los momios bien pagados y con moqueta en el despacho, pero también de humildes puestos de administrativos o de chóferes o de jardineros. Unos se juegan el prurito de ser más o menos, pero al final el partido les busca un acomodo, porque son la aristocracia de la partitocracia. Los proletarios directamente se juegan el cuello y nadie les va a salvar ni a recoger. Pasarán de tener un puesto de trabajo cómodo y abrigado a lanzarse a la intemperie con la mochila cargada, que no ligeros de equipaje, o a recoger alcachofas.

Es muy perra la política para los que un día quedaron deslumbrados por el brillo de las moquetas y los coches oficiales y, al día siguiente, unas elecciones desgraciadas y unos electores desagradecidos y sin corazón les robaron el futuro. No les cuento casos que conozco, que son unos cuantos, porque a los protagonistas no les haría ninguna gracia verse retratados, pero créanme, ablandaría sus corazones de piedra.

En política no hay mañana, sólo existe hoy. Fiar al porvenir una carrera profesional es edificar en barro porque no hay nada más viejo que un periódico de ayer o una predicción para más allá del final de legislatura. No es broma el drama que se vive en los partidos tras cada elección si las cuentas no salen, porque el poder sirve habitualmente para conseguir más poder y, si no lo tienes, estás achicharrado. En tiempos no muy lejanos, en que sólo dos partidos se repartían el bacalao, daba casi igual ser poder u oposición porque también en la oposición hay carguitos que repartir y entre bomberos, ni unos ni otros iban a pisarse la manguera. Ahora no hay cama pá tanta gente.

La situación ha cambiado de la noche al día. De repente un monstruo como el PP, con una infraestructura interna brutal, se encuentra con sesenta y tantos diputados cuando tenía el doble. Automáticamente los ingresos de la empresa bajan a la mitad y la falta de expectativas genera que empresas y particulares que se ponían en cola para dar donativos (a un interés muy desinteresado, no lo duden) les den portazo y corran a ponerse en la cola de los ganadores. No tener el Gobierno significa que no hay puestos que repartir a las «familias» ni en empresas públicas ni en la Administración y que hasta en la «crème de la crème» -nivel diputado y asimilados- muchos se han quedado sin sueldo. Y tengan en cuenta un hecho: un político que abandona el poder cuando su partido manda tiene algo que ofrecer a sus empleadores; si el futuro es oscuro como el reinado de Witiza, el cesante se ha convertido en un bulto incómodo y un apestado evidente perseguido por su currículum. De ahí a engrosar las listas del paro o buscar curro en la vendimia hay un paso muy corto.

Probablemente a la mayoría de ustedes les dé igual e incluso piensen que bien merecido se lo tenían, que ser director general o consejero áulico a dedo porque le caes bien al baranda de turno, cuentas los chistes que eres la alegría de la huerta o eres el cuñao de Pepica no son méritos suficientes para levantarte un sueldazo sin preparar ninguna oposición. Toda la razón tienen, yo también pienso igual. Moverse en los entornos de la política es una profesión tan de riesgo como ser piloto de pruebas de aviones de combate, y de igual forma las posibilidades de estrellarse son numerosas.

Pero a pesar de todo por mucho que la Reina les caiga fatal no deja de tener su ternura cuando pregunta a su espejito mágico quién es la más bella. Y cuando el puesto es para la sosaina de Blancanieves se cumple la justicia poética, pero nadie se pregunta qué fue de la antigua Bella. Porque también tenía madre y seguro que era una hija estupenda y aplicada.

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