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Sin permiso

Abandono universitario

Casi la mitad de los españoles menores de 25 años han iniciado estudios universitarios. Al menos eso indica la OCDE, situándonos en la franja media entre los países que la integran. El dato es positivo -cuando menos a priori- y, más aún, si consideramos que la comparación se establece entre las naciones más desarrolladas del planeta. Otra historia bien distinta es el éxito cosechado entre quienes llegan a este nivel educativo. Y es que, a la vista del último informe realizado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), el fracaso académico en la Universidad española empieza a ser alarmante.

En España es relativamente fácil llegar a la Universidad, pero también lo es abandonarla. Nada menos que un tercio de quienes inician una carrera universitaria no llegan a concluirla. El hecho de que los abandonos sean más frecuentes en el primer curso, obliga a considerar si los jóvenes españoles alcanzan la Universidad con una correcta orientación y con el nivel formativo adecuado. Si bien algunos deciden retomar los estudios en otra carrera distinta, finalmente acabarán por tirar la toalla el 21% de quienes accedieron a estos estudios. De ahí que, a la hora de compararnos con otros países de similar desarrollo económico, sigamos destacando por presentar una de las tasas más bajas de graduación universitaria.

Llama la atención que el fracaso académico sea más acusado en determinadas carreras de naturaleza técnica y científica. Algunas de ellas corresponden a las que deben dar respuesta a la transformación digital que precisa la sociedad española. En consecuencia, la producción universitaria de graduados vuelve a alejarse de las necesidades actuales del mercado laboral. Por otra parte, no parece que los nuevos sistemas de enseñanza a distancia estén siendo adecuadamente implantados en nuestro país. Las cifras de abandono se duplican en las universidades que imparten este tipo de docencia, hasta el extremo de que solo la mitad de su alumnado acaba concluyendo alguna titulación. El contacto directo con el profesorado se presenta como una de las recomendaciones para disminuir los niveles de abandono.

La situación era previsible. En el último informe publicado por la OCDE (Panorama de la Educación 2018) ya se advertía que el nivel educativo de los españoles aún es excesivamente bajo. El 34% de los adultos jóvenes españoles no ha concluido la Educación Secundaria, cifra que nos sitúa como el peor país europeo a este nivel. La deficiencia es más acusada en los estratos sociales menos favorecidos, en los que sigue sin alcanzarse una adecuada movilidad intergeneracional ascendente. Estando así las enseñanzas preuniversitarias, tampoco es de extrañar que la realidad sea algo similar en las universitarias. No cabe duda de que, incrementando la accesibilidad a la educación, se favorece la igualdad de oportunidades. Ahora bien, de poco sirve la accesibilidad cuando los estudios no acaban por concluirse.

Los costes del fracaso académico universitario adquieren una magnitud considerable. En términos económicos, el abandono precoz de los estudios se lleva por delante el 12% del presupuesto de las universidades españolas. Aunque la formación universitaria no sea gratuita en nuestro país, la mayor parte de su coste se financia con dinero público. La Ley Orgánica de Universidades (LOU) establece que, cuando se realiza la primera matrícula de una asignatura, las tasas se sitúen entre el 15% y 25% del coste real. El resto, obviamente, lo aporta el Estado. Cada universitario que abandona los estudios conlleva una pérdida de más de 5.000 euros por cada año que ha transcurrido en la universidad. Así pues, el asunto no queda en lo personal, sino que afecta a toda la sociedad española Y la inversión realizada, obviamente, acaba siendo inútil.

La accesibilidad debe ir acompañada de la reducción de los motivos que favorecen el fracaso académico. Por este motivo, la gratuidad total de los estudios universitarios es una medida que merece ser considerada. Ahora bien, no se trata de incrementar el gasto sino de hacerlo más eficiente. El esfuerzo presupuestario del Estado debe dirigirse hacia quienes responden con reciprocidad, en términos de progreso académico y retorno a la sociedad. Los países que han optado por la gratuidad de los estudios, condicionan ésta a una exhaustiva selección del alumnado. Nada que ver con la política del «café para todos» -demasiado habitual en nuestro país- que acaba dilapidando un presupuesto que bien podría atender los motivos en los que se fundamenta el fracaso académico. Una adecuada orientación educativa, el incremento de becas, la estabilización del profesorado o el fomento de la innovación en la enseñanza, son actuaciones que han demostrado su eficacia. Tal vez fuera suficiente con aplicar lo conocido aunque, eso sí, debidamente adaptado a nuestra realidad.

La próxima legislatura veremos nacer nuevas leyes de educación y de universidades. El ciclo se repite porque no hay gobierno que renuncie a dejar su impronta y, en este caso, así venía contemplado en el programa socialista. También la gratuidad de los estudios universitarios y, por supuesto, ese Pacto de Estado que nace muerto cada cuatro años. Volvemos a tener la ocasión para repetir los mismos errores o, quizás, para poner punto y final a la inestabilidad educativa. Ojalá.

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