La caída paulina de Casado desde el caballo de Abascal es tan aparatosa como inútil. El PP tendría un líder con incapacitantes problemas perceptivos si en verdad hubiera tardado hasta el martes pasado en percatarse de que Vox es un partido de "extrema derecha". Y no sería por falta de proximidad y contacto con ellos, desde Andalucía, un pacto que empieza a verse como un pésimo negocio, a la línea de formación en la plaza de Colón. El problema de Casado es que nadie se cree su propósito de la enmienda con la vuelta al centro, ni él mismo cuando intenta aliviar culpas situándose al final de una trayectoria desgraciada que habría comenzado con Rajoy. Entregar la cabeza de Maroto está bien para calmar la ansiedad de los críticos, pero la asunción de responsabilidades deberá tener mayor alcance si el PP aspira a recuperar algo de lo que fue. El único que nunca se hará cargo de una culpa es su mentor Aznar, al que en el futuro Casado le tendría que reclamar aquello tan clásico de "no me des consejos si no son de administración". Lo prioritario ahora para los populares consiste en salvar algo del poder territorial, que es un engrudo básico del partido, en las elecciones del 26 de mayo. Después vendrá el ajuste de cuentas con Casado, un asunto postergado para no agravar males, aunque resulta dudoso que la prudencia sea suficiente para cortar la hemorragia de votos. Nueve meses después de la contienda interna, el PP tiene ahora un líder fallido. Abascal se equivoca, también en esto, cuando afirma que los populares se asemejan a la UCD, ejemplo excepcional del rápido tránsito entre el Gobierno y la extinción: a Casado lo que se le está poniendo cara es de Hernández Mancha, el más breve presidente de Alianza Popular antes de su refundación como PP.