El domingo 28 de abril de 2019 quedará en la historia contemporánea de España. Fue el día en el que el PP perdió la capacidad de reorientar a la derecha española. La operación de desmontaje de la UCD de Suárez, que llevó a la fundación del PP, ha dominado la derecha española desde 1989. Treinta años después, eso ha concluido. Vino impulsado por el acuerdo de Galicia y Castilla León, por Fraga y por Aznar. Eso ha concluido. Las tierras castellanas le han dado mucho voto a Ciudadanos y en Madrid el PP ha tenido pocos votos más que Podemos. Esa derecha histórica, tal y como la hemos conocido, ha muerto. La renovación de ese campo político ya no pasa por Génova. Con apenas cien mil votos más que Rivera, la cuadrilla de aficionados que se hizo con el PP en las últimas primarias ha demostrado que no tenía ni idea de adónde iba. Los votantes lo han olido.

Creemos que nunca pasa nada, pero solo porque somos impacientes. La corrupción pasa factura. No porque la conciencia ciudadana sea intensa o rigurosa. Las complicidades que se tejen en los ambientes corruptos, cuando tienen que defenderse en sede judicial, se disuelven con tal velocidad que hacen imposible la solidaridad política. Así las cosas, los intereses nacional-católicos e integristas que había detrás del PP han depositado su confianza en Vox; mientras, los intereses económicos no pueden tolerar la tibieza social-paternalista del PP, su falta de decisión neoliberal o su corrupción, y han apostado por Cs. Solo el aparato del PP apuesta por el PP. Sin base en intereses reales, está condenado a caer lentamente. La refundación de la derecha española ya no pasa por Génova.

Esa pérdida de confianza de los grandes poderes sociales en el PP no tiene marcha atrás. Ciudadanos, que juega a largo plazo, prefirió disputar la zona de la derecha a ocupar el espacio del centro. Sabía cuál era la batalla que se dirimía y se atuvo a ella. Claro que sabía que esa decisión beneficiaría al PSOE, que podía reconquistar el centro, pero eso le preocupaba solo en segundo lugar. Hay dos motivos para ello: primero, que esos votos de centro atarán a Sánchez a una política moderada, lo que no molesta al sentido conservador del Estado que tienen Rivera y su gente, la que está delante y la que está detrás. Ahora Ciudadanos será el principal partido de la oposición al Gobierno de Sánchez, algo decisivo para su hegemonía de la derecha. Lo que quede de Casado no podrá dirigir con autoridad un grupo popular disminuido en el Congreso, sobre todo cuando las próximas elecciones regionales de mayo muestren pésimos resultados en Madrid y en Castilla para los populares. Feijóo ya llega tarde para dar la batalla, y eso deja al PP con poco margen. En estas condiciones, sería absurdo que Rivera pactara con Sánchez.

Y no lo hará porque, además, Sánchez está demasiado fuerte como para avenirse a un pacto con un líder al alza, y porque el aporte de los socialistas catalanes no consentirá que Sánchez pacte con Rivera. Será más fácil imponer un acuerdo ventajoso a Iglesias. En realidad, este lo necesita de forma perentoria. Iglesias ha evitado lo peor, el hundimiento. Sabe que está solo, porque la cohorte de la que se rodeó estuvo diseñada para que nadie pudiera hacer sombra a sus planes de futuro. Está en situación de debilidad, pero al menos cree que puede decidir y eso es más de lo que podía soñar hace meses. Por lo que dijo en la noche electoral, teme que un Sánchez fortalecido por el centro amenace con gobernar solo, con apoyos circunstanciales a derecha e izquierda. Debe temerlo. Sánchez incluso podría coquetear con la abstención de Cs, y amenazar a Podemos con que tuviera que votar con PP y Vox. Así que Iglesias tendrá que luchar muy duramente por entrar en el Gobierno y desde luego después de las elecciones autonómicas. La negociación con Podemos será dura y la manera en que Sánchez reaccionó a los gritos de sus militantes en Ferraz no reflejaban entusiasmo en ella.

Lo que pase de aquí hasta los comicios de mayo será decisivo para todos los actores a la hora de formar Gobierno. Iglesias aquí será observado con lupa y su discreción en la rueda de prensa fue total. Pero explicó de nuevo que el enemigo interior es el culpable de sus malos resultados. Sin embargo, mantener abierta su lucha contra Errejón debilitaría su liderazgo. La cuestión real es que ha perdido otro millón de votos y no puede culpar a nadie, pues ha tenido todo el poder directivo. No sería coherente aparecer como un líder moderado dispuesto a pactar, y dejarse llevar por tristes pasiones respecto de sus compañeros, que con lealtad han pedido el voto para Unidas Podemos. Nadie razonable seguiría esa conducta. Recomponer esa herida ayudaría mucho a impulsar una negociación con el PSOE.

Eso lo saben todos. Lo que todavía no sabemos es cómo repercutirá esta crisis orgánica de la derecha en la evolución de la crisis del Estado español. Su fortín de frontera para cualquier reforma seria, el Senado, ha volado por los aires. Ahora nadie amenazará con un 155 insensato. Y sería insensato hasta el extremo, porque Ciudadanos no logra tener una fuerza decisoria en Cataluña y no existe en el País Vasco, como el PP. Por supuesto, jamás se evidenció de forma tan rotunda que las clases medias y las burguesías de esos territorios históricos no se someten a las élites centrales. Eso significa que éstas no pueden imponer una solución para Cataluña sin tener apenas representación allí. Al menos no una solución democrática. Respecto a esto, dos cuestiones. Primero, que en unas elecciones democráticas no se puede mantener a políticos en la cárcel sin conceder una prima positiva muy intensa a las fuerzas que esos presos representan. El sistema penal español es primitivo y encarcelar a gente sin juicio previo es un testimonio de enorme ignorancia del valor fundamental de la libertad, y una prueba del mínimo sentido que tiene entre nosotros la presunción de inocencia. Esta es una muestra nítida de las carencias civilizatorias que afean nuestro Estado y que debemos dejar atrás en un programa de reformas que nos acerque a Europa de una vez en cuestiones centrales de nuestra vida cotidiana.

Pero la segunda cuestión sobre Cataluña es que las elecciones han demostrado que la solución catalana tiene que venir de un pacto entre el PSC y ERC, junto con En Comú Podem. Es completamente necesario que esta vez el pacto catalán no se cierre en falso y que sea refrendado por el Estado. Europa no espera otra cosa que una solución democrática capaz de articular un Estado federal que pueda reconocer las diferencias nacionales dentro de la unidad de pueblo. Pues por mucho que la representación política sea nacional en Cataluña, la sociedad española tiene vínculos fortísimos que exigen esa solidaridad que se expresa en la unidad de pueblo.

El resultado en las elecciones valencianas permite suponer que una solución democrática para Cataluña tendrá en València siempre un apoyo. En mi opinión, que en València se haya revalidado el pacto del Botánico es un acto de clara justicia política. La Comunitat ha recuperado la dignidad y ha logrado estabilidad con mínimos recursos. Que Compromís y Podemos bajen en València testimonia lo difícil que es mantener el tipo en educación (con un conseller tan débil) y dependencia con esta financiación; y lo acertado de la operación de Puig de adelantar las elecciones, aunque no ha logrado alcanzar el tirón de Sánchez. Sin embargo, es una mala noticia que Compromís no tenga más presencia en Madrid, aunque Baldoví será efectivo para llevar una voz clara de las reivindicaciones urgentes de la ciudadanía valenciana al Congreso.