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Y ahora ¿qué?

Han hablado finalmente las urnas y han dicho con claridad lo que no parecía ver ni entender nuestra derecha: la mayoría de los ciudadanos está harta de tanta crispación, de tanto ondear de banderas.

Los electores han premiado justamente a los partidos que, lo mismo en Cataluña o el País Vasco como en el resto de España, propugnan la negociación como forma de resolver los problemas, sobre todo los que parecen más graves o de más difícil solución: los territoriales.

Y a nivel nacional, esa voluntad de diálogo la han sabido expresar mejor que nadie los partidos de izquierda: el PSOE de Pedro Sánchez y Unidas/Podemos, frente a la estrategia de continuas descalificaciones y enfrentamiento elegida por la triple derecha.

Es cierto que al mismo tiempo ha entrado por primera vez la derecha más montaraz en el Parlamento de la nación, acabando así con lo que parecía una anomalía en Europa.

Pero si algo parece claro es que una mayoría de electores han apostado por la continuidad del Gobierno de Sánchez con el apoyo del que tiene a su izquierda y que, si hace unos años soñaba con asaltar los cielos, deberá resignarse ahora a un papel más modesto y realista.

Un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas/Podemos con el apoyo de los nacionalistas moderados parecería a un observador más o menos imparcial la salida que mejor responde a lo expresado el pasado domingo en las urnas.

No es, sin embargo, lo que piensan las élites económicas, quienes asesoran a los fondos de inversión, los que deciden aquí o en Bruselas, ni quienes opinan en los grandes medios de comunicación, de los que ya alertaba en los debates electorales el líder de Podemos.

Temen todos ellos una alianza de izquierdas, en la que parecen ver un nuevo Frente Popular, y no hay que ser adivino para prever las presiones de todo tipo que tendrá que soportar, si no las ha soportado ya, el líder del PSOE por parte de quienes preferirían una coalición entre su partido y Ciudadanos, de Albert Rivera.

Sería en cualquier caso ésa una coalición contra natura: no ya sólo difieren los dos partidos en la forma de abordar el desafío catalán- PSOE apuesta por el diálogo, Ciudadanos, por la mano dura frente al independentismo-, sino también en sus recetas socioeconómicas, mucho más claramente neoliberales en el caso del de Rivera.

No debería olvidar tampoco el líder socialista, por muchas presiones que reciba de ciertos poderes nada democráticos, que parte del éxito electoral de su partido se debe a que muchos electores de izquierdas que votaron antes de Podemos prefirieron en esta ocasión apostar por lo que parecía más seguro frente a la amenaza de la ultraderecha.

Los gritos de "Sí se puede" y "Con Ciudadanos, no" que oyó el presidente del Gobierno en funciones en el momento de cantar victoria en la sede madrileña de Ferraz no pudieron ser más elocuentes de lo que quiere la mayoría de sus militantes y electores.

Una eventual alianza con Ciudadanos haría un flaco favor a la democracia: sería un claro engaño a quienes votaron a uno y otro partido confiando en que cumplirían lo prometido lo mismo en la cuestión territorial que en materia laboral o fiscal. ¿Cómo iban a volver a creerlos los ciudadanos?

Dejarían además que la oposición la formaran un PP claramente debilitado por su último batacazo electoral y la ultraderecha de la Reconquista y del odio al inmigrante.

Albert Rivera debería dejarse por una vez de bandazos y centrarse en la tarea de intentar liderar una derecha más liberal y moderna, a imitación de la République en Marche, del presidente francés Emmanual Macron, y de otros liberales europeos.

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