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El indignado burgués

Calla, chico, ¿así que la fiesta de la democracia?

Como es normal no les voy a decir ni lo que el Indignado Burgués vota ni lo que deja de votar ni si opta por el vermú casero con marinera en vez de

Me imagino que después de haber reflexionado convenientemente estarán todos ustedes a la espera de depositar su voto o satisfechos con el deber cumplido en la gran Fiesta de la Democracia. Y antes de que se me acaben los tópicos -tengo unos cuantos más, aquí en el bolsillo- les diré que no me fío de la mitad de la cuadrilla y eran padre e hijo. Como es normal no les voy a decir ni lo que el Indignado Burgués vota ni lo que deja de votar ni si opta por el vermú casero con marinera en vez de. Lo que sí les anuncio es que no me hago para nada responsable de lo que suceda a partir de esta noche y espero que todos ustedes hayan elegido lo mejor, porque yo me temo lo peor. No es que sea pesimista, es que soy optimista informado.

Dicho lo cual, como a menudo se dice de abogados o periodistas, utilicen la profesión que más rabia les dé: «¿Qué son cien políticos en el fondo del mar?? un buen comienzo». El gran problema de los políticos es la integridad: todos van a lo suyo, que es su carrera personal, mientras se les va la boca en hablar de la vocación de servicio público. Ya lo escribió Groucho: «El secreto del éxito está en la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho». Resulta que son maestros en evitarla y tratan de vivir del cuento y de las listas lo más posible, en espera de jubilarse como consejeros de alguna empresa del IBEX o, si son peores que la carne de pescuezo, que alguien les ponga a dedo en un puesto bien remunerado de directivo en alguna empresa pública, que son las únicas que les admiten, porque las privadas son buenas, pero no tontas.

Toma nota, Manolo Palomar, mi rector favorito: deberías crear un máster universitario en cómo pasar de la política a la empresa pública del mismo modo en que Tony Leblanc iba del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio. Te propondría nombres, no ya de profesores, sino de catedráticos en esa estrategia de usar una plataforma de trampolín para la otra y así hasta el infinito y más allá. Estoy seguro que te desbordarían las matrículas, porque no debe ser tan sencillo conocer los truquillos del oficio. Solo algunos bípedos privilegiados han ido haciendo su patrimonio sin bajarse del carro y demostrando su inutilidad una y otra vez sin que a nadie importe, viviendo de la sopa boba y partiéndose la mandíbula con la ingenuidad del pueblo soberano. Cosas que pasan en la política, pero ustedes disimulen y vayan a cumplir con la Fiesta de la Democracia, que pasamos lista y ponemos falta.

Afortunadamente se puede vivir sin gobernantes, al fin y al cabo, son otros los que hacen que las cosas funcionen y la rutina es un arma poderosa para que todo no se vaya por el sumidero. Miren Italia, que lleva sin gobierno desde la II Guerra Mundial y siguen vendiendo diseño y zapatos, aceite de oliva y mármol, españoles, como si fueran suyos. A mí hace tiempo que se me cayeron los mitos: ni es imprescindible tener gobierno ni presidente carismático y, si me apuran, ni siquiera partido favorito, con que no ganen los de enfrente asunto resuelto. La teoría del Mal Menor, que está en Murcia (si lo pronuncia un «oliental»).

Los que me tienen revuelto, y por eso me encanta el fin de la campaña electoral -aunque realmente siempre estamos en campaña electoral- son los diarios digitales militantes, que tienen de objetividad lo que yo de madre priora. En tiempos éramos muy exquisitos en los asuntos de la militancia periodística y en el cuidado de no traspasar las barreras, para que la ideología se notase lo justo. Ya se han roto todas las líneas de vergüenza, de tal forma que da igual mentir, confundir o injuriar, siempre que defiendan a los suyos y ataquen a los otros.

Confundir los deseos con la realidad se ha convertido en norma de muchos de estos folletines cargaditos de libelos donde todo está permitido. Supongo que el lector convencido irá a reafirmarse en sus posturas y que la independencia crítica le traerá al pairo, pero qué triste es caer tan bajo. Muy malita está la sociedad, me temo; aquí y en Sebastopol, que no es cuestión de nacionalidades y nadie se salva. Quiero pensar que los periódicos de referencia somos -y en esto sí me siento solidario- un oasis en medio de tanto desierto. Ya veremos lo que duramos. Si caemos espero que me pille ya en el Walhalla, que es mi paraíso preferido, rodeado de walkirias, nibelungos y música de Wagner.

Sé que algunos de ustedes son festeros; yo tampoco, discúlpenme. La única Fiesta que de verdad me gusta es la de Serrat, en la que cuando el sol nos dice que llegó el final vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas. Y la zorra rica se va al rosal mientras la pobre se queda en el portal. En campaña fueron ustedes reina por un día de los políticos, que les rogaron, solicitaron y mendigaron su voto. Por unas semanas se olvidó que cada uno es cada cual, pero la fiesta se ha acabado y si te he visto no me acuerdo.

Hasta luego, Lucas. Esto es el mercado, amigos.

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