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Dolor para rato

A estas alturas de la película, Cataluña nos duele a todos: a unos les duele en el bolsillo, por la inestabilidad que supone que un trozo de España que representa el diecinueve por cien del PIB esté como está; a otros les provoca sarpullidos sentimentales por todo el cuerpo tanta bandera y declaración inflamada de una parte y de otra, para las cuales no hay cura ni crema (catalana) posible. Particularmente, me fastidia que el «procés» me haya distanciado mentalmente de Berto Romero por ser catalán, que me cueste aceptar que Piqué esté haciendo un temporadón, o que me diga a mí mismo últimamente que ni Lluis Llach fue tan buen cantautor, ni La Trinca tenía tanta gracia.

Ayer Durán i Lleida, demócrata-cristiano culto, elegante y educado pero poco melindroso, definió la situación de manera clara: «Cataluña está jodida, pero España también». El «estatut» de Maragall y su cepillado posterior, la crisis económica, la decisión de Mas de ponerse a lomos del tigre, la inacción de Rajoy, el volantazo hacia Puigdemont: todo eso y más fue lo que trató de contextualizar ayer alguien como Durán i Lleida, que estuvo a los mandos de ese aparato de poder que fue Convergencia i Unió y que durante décadas ordenó la vida catalana y sostuvo a los gobiernos estatales. En 2013 ya avisó en la tribuna a Rajoy que, o se hacía algo, o se encontraría con una DUI. Tocado primero por las elecciones catalanas de 2015 y hundido después por las españolas (no consiguió representación en ninguna de las dos), ve desde la barrera la política actual sintiéndose en forma y con la cabeza perfecta, pero sabiendo que su tiempo ya ha pasado y que no hay hueco para su estilo. Durán ha sido «casta», con todas las de la ley (cuarenta y dos años en política dan para mucho: también para ser el diputado con mejor valoración en el Congreso por parte de los ciudadanos), y también ha sido un político sagaz, sensato, pactista y con capacidad de entendimiento con todos los grupos.

Y no es poca cosa: seguramente el mayor temor actual es que no se atisban a políticos capaces de arriesgarse para poder imaginar (no digo ya realizar) acuerdos: «sherpas» atrevidos que tiren hacia arriba, a explorar y picar piedra en los territorios ignotos del independentismo, y que tengan capacidad para trenzar soluciones posibilistas que obliguen a todos. Pero con un escenario en la derecha española como el que tenemos (que tendrá en breve en el parlamento un partido ultranacionalista español, otro que ha hecho del «procés» su razón de ser, y otro que no da abasto a los bocados que uno y otro le están dando), y desaparecidos los partidos catalanistas no independentistas, esto fácil, lo que se dice fácil, no pinta. Durán es pesimista, y algo sabe de esto: este dolor va para rato.

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