Rivera. Cuando como consecuencia de la primera moción de censura celebrada en España -con resultado positivo- Pedro Sánchez fue elegido presidente del Gobierno en sustitución de un Mariano Rajoy cercado y ahogado por los escándalos de corrupción, Albert Rivera acusó el golpe de manera severa. Su cara mientras abandonaba el pleno del Congreso de los Diputados lo decía todo: incrédulo y desencajado. Ese día Rivera supo que Pedro Sánchez no solo había despachado de manera definitiva a las voces internas de su partido que esperaban cualquier fracaso político, por pequeño que fuera, para volver a mover la silla de secretario general en la que se sentaba Sánchez, sino que, sobre todo, sus posibilidades de formar parte del Gobierno de España, ya fuera como ministro o vicepresidente, habían desaparecido de manera definitiva. Se ha dicho que Rivera consiguió ganar el primer debate celebrado el pasado lunes y que salió airoso del segundo, pero nada hay más lejos de la realidad. En los dos debates se comportó como ese niño repelente que en las reuniones familiares interrumpe constantemente las conversaciones de los adultos sólo para hacerse notar y querer ser el protagonista de la velada. La continua referencia a los independentistas catalanes y a una supuesta concesión del Gobierno de España a la Generalitat de Cataluña con independencia del tema que se le preguntaba resultó molesta y aburrida. Y qué decir de la ristra de objetos que acompañaron sus intervenciones que más que un aspirante a presidente del Gobierno le hicieron parecer uno de esos magos que actúan en celebraciones infantiles con profusión de ramos de flores, confeti y risas aseguradas. Su gesto ensayado en las pausas televisivas de apretar los puños al aire para hacerlo delante de las cámaras al finalizar el debate resultó de vergüenza ajena.

Casado. Hay que reconocer y agradecer que Pablo Casado, aspirante del Partido Popular, cambiase el estilo bronco, un punto histérico y plagado de tergiversaciones habituales en sus discursos de campaña por otro más educado y sosegado del que se pudieron sacar algunas conclusiones. Con independencia de que explicase de manera más o menos acertada sus propuestas políticas supo no sucumbir a ese estilo faltón que tanto utiliza en el que mezcla en un tótum revolútum a los independentistas catalanes, ETA y la congelación de las pensiones de Zapatero de hace diez años. Pablo Casado ha tenido la desgracia, después de haberlo soñado durante años, de hacerse con las riendas del PP en la peor época posible. Su papel parece haber sido diseñado por aquellos que en realidad lo que buscaban con su elección era a un «machaca» que hiciera frente a la avalancha de las sentencias judiciales condenatorias que de manera previsible serán las protagonistas de los tres o cuatro próximos años. Vivir de manera constante bajo la sombra de Aznar tiene sus ventajas e inconvenientes: gracias a ello ha asumido la presidencia de su partido sin oposición interna, pero al mismo tiempo el hecho de que se le identifique de manera tan estrecha con Aznar le hace parecer un aprendiz de brujo tratando de emular una forma de hacer política que responde al pasado.

Iglesias. Resulta evidente la evolución personal y política que ha experimentado en los últimos dos años. En los debates tomó una actitud de profesor. Al mismo tiempo que ceñía sus respuestas a lo que los moderadores le preguntaban, huyendo, por tanto, de la técnica de Rivera y Casado de atacar a Pedro Sánchez en vez de explicar sus propuestas, Iglesias no dudó en llamar maleducado a Rivera por sus continuas intervenciones y en afear a Casado todas sus estrambóticas salidas de tono que ha tenido en los últimos meses. A ambos les llamaba de tú y en un tono como si lo hubiese hecho al encontrarse con ellos en el parque paseando a los perros para después enseñarles las fotografías de sus hijos. Ha visto que en política se está para cambiar la vida de la gente a mejor. Da igual el lugar en el que te encuentres o el protagonismo que tengas. Tampoco importa el papel que hayas tenido en la consecución del bien ya sea para una persona o para cientos de miles. Lo importante es haberlo hecho. Aunque solo tú lo sepas.

Sánchez. La política española le ha ido dirigiendo poco a poco a tener un papel cada vez más relevante. Primero, desalojar de la Moncloa a un partido (PP) en el que la corrupción formaba parte de su andamiaje con la consecuencia de haber extendido la podredumbre a las administraciones donde gobernaba. Segundo, liderar la oposición al frente patriótico de las tres derechas con ramalazos de extrema derecha: el trumpismo a la española con reminiscencias franquistas. Su política social, su desparpajo a la hora de poner en marcha medidas democráticas que anteriores gobiernos socialistas no se atrevieron a hacer y su apuesta por la ecología han calado en la sociedad española a tenor de las encuestas. Si logra que los votantes más jóvenes vean al PSOE como un partido moderno y europeo habrá Sánchez para rato.