Es de agradecer que los candidatos a presidir nuestro gobierno se esfuercen en parecer estadistas. Lo peor del asunto es que se quedan muy lejos de alcanzar ese objetivo para desgracia de los españoles. Si han sufrido los debates, habrán podido constatar que lejos de esclarecer posturas, nos dejan en un pantano de dudas, unas veces por no querer equivocarse de bando y otras por camuflar hasta el hastío las rémoras del pasado, cuando sabemos de sobra, que por mucho y mal que lo hayan hecho cuentan con el voto cautivo de los que siempre votan a los mismos colores, con independencia de quién sea la cabeza visible.

Todos van a la caza del voto indeciso porque, sorpresivamente, casi la mitad de los españoles estamos en la duda metódica, o eso dicen las encuestas. Don Narciso, el que de forma incesante e irritante repite hasta la saciedad que es el presidente del Gobierno, cuenta con el tirón irracional de sentirse caballo ganador, aun sabiendo que, en las últimas elecciones, él mismo, no pasó de los 86 diputados. Su valor es tener la inercia inexplicable de ser presidente, por eso lo repite como un mantra.

En la extrema izquierda continúa enrocado el Emperador, que se erige en árbitro de las intervenciones como si hubiera sido uncido por la mano del entendimiento moderado. Nos muestra su cara más amable y comedida insistiendo, con reiteraciones interminables, en que es la opción de izquierdas en unión y armonía con Don Narciso. Machaca, sin resultados, en que la izquierda pre triunfadora se pronuncie en no pactar con el centro extraño.

Hacia la derecha irrumpe el Novato, que a pesar de no serlo presume de ello. Es novel como candidato a la presidencia en un partido salpicado de inmundicias corruptas al igual que los socialistas, pero que intenta capear con la renovación y la falsa creencia de que el partido no es el corrupto sino muchos de sus miembros. Lo cierto es que nadie devuelve nada a los estafados españoles.

En el centro extraño continúa el Agitado, enarbolando sus impulsos y arrebatos nacionalistas hasta la saciedad. La unidad de España es su insignia así como la protección paternal de los ciudadanos de a pie. Se siente alternativa real a los postulados pasados y a los desaciertos de los partidos tradicionales y eso lo hace crecerse. Y, en la sombra, se encuentra agazapado el Patriota, intentando salir a la luz y proclamar su argumentario, aunque le pretendan callar la boca.

Ahora nos toca deshojar la margarita, eso sí, sabiendo que nos estarán mintiendo como ya es tradicional y que si nos equivocamos no existe la segunda vuelta. Seguirán gobernando los partidos minoritarios, como siempre. Ellos son los auténticos triunfadores, gane quien gane.