Hace unos días, concretamente el día 2 de abril, se hacía pública la Exhortación Apostólica Postsinodal «Christus Vivit», del Papa Francisco, cuyas primeras palabras son precisamente estas: «Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida» (n. 1).

Es hermoso pensar que este documento, que es, como atestiguan las palabras citadas, todo un canto a Jesucristo vivo y a su obra regeneradora y resucitadora del mundo y de nuestras vidas, haya sido publicado en pleno camino hacia la Pascua y sea objeto de nuestra detenida acogida interior en este tiempo pascual en el que todo habla de lo que dicen estas palabras del Santo Padre.

En efecto, tras los días Santos en los que hemos revivido la pasión y muerte del Señor, la Pascua ha llegado, la pesada piedra ha sido retirada y el sepulcro ha sido abierto. El Señor ha vencido a la muerte y vive para siempre. Jesús resucitado derrama en las mentes y los corazones el poder del Espíritu que renueva.

Gracias al sacramento del Bautismo y a la recepción de la Eucaristía, efectivamente, nuestra vida está unida a Jesús resucitado y, por tanto, participa de la victoria sobre la muerte y sobre el mal. Vivir la Pascua, desde el don de la fe, conlleva no resignarse ante el mal. Y, así, por gracia del Espíritu, junto al Resucitado, entrará en nuestros corazones el mundo entero con sus esperanzas y dolores, como Él manifiesta a los discípulos las heridas que aún marcan su cuerpo, para que podamos cooperar con Él en el nacimiento de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde no haya ni luto ni lágrimas, ni muerte ni tristeza, porque Dios será todo en todos.

Sí, porque Cristo ha resucitado, nosotros creemos y esperamos en la vida eterna. Este horizonte luminoso es fruto de la Pascua, y debe configurar nuestras vidas, sintiéndonos peregrinos, sin ciudad permanente aquí, orientados hacia nuestra verdadera patria, el cielo. Así la perspectiva de la resurrección define e ilumina nuestra vida, la enriquece y la llena de esperanza y alegría. Como nos recuerda la palabra de San Pablo en la liturgia del día de Pascua: «Buscad los bienes de arriba y no los de la tierra» (Col 3, 12).

Esto nos conducirá a un estilo de vida que tenga como horizonte la santidad, de la que nos habla como vocación el Papa Francisco en su Exhortación «Gaudete et exultate», y que se asienta en buscar la compañía consoladora de Jesús resucitado que camina con nosotros y que por el don de su Espíritu nos hace sentir el gozo sereno de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios.

Vivamos este tiempo pascual en el que los evangelios de las apariciones del Resucitado a sus discípulos nos trasladan el consuelo de su presencia en medio de ellos y nos hacen sentir como propia la misión que les confía y que será posible gracias al don de su Espíritu que los transformará el día de Pentecostés.

Que no nos falte jamás el consuelo y la alegría de Jesús Resucitado que camina junto a nosotros y que no nos abandona en nuestras dudas y pobrezas. Que la experiencia de su palabra que enciende el corazón y el don de su Cuerpo partido por nosotros que nos alimenta y regenera, nos ponga en pie sacándonos de nuestros abatimientos y perezas, para convertirnos en testigos de su amor vivo y presente, y apóstoles que no se cansan de dar testimonio de su Resurrección, ayudando a que Jesús siga resucitando a los hermanos a los que nos envía.

María, madre del Resucitado, a quien celebramos encontrándose con su Hijo en nuestras mañanas de Pascua, nos comunique su gozo y nos cuide para no dejar jamás de unirnos a su alegría.