Las próximas elecciones generales del 28 de abril cerrarán una legislatura singular, excepcional en muchos aspectos. Comenzó con dos convocatorias electorales consecutivas ante las dificultades existentes para formar gobierno, aplicó por vez primera el artículo 155 de la Constitución, avanzó con un cambio de Gobierno tras el éxito de la moción de censura contra Mariano Rajoy presentada por Pedro Sánchez, siendo la primera que triunfa a lo largo de este periodo democrático, y finaliza con la convocatoria electoral anticipada que abre nuevas incertidumbres.

Por si todo ello fuera poco, además, el juicio a los implicados en el procés catalán ante el Tribunal Supremo, los importantes casos de corrupción que han seguido salpicando al Partido Popular, la gravedad del caso de espionaje policial protagonizado por el excomisario Villarejo que se instruye, los cambios en la cúpula del PP, junto al ascenso político de la extrema derecha representada por Vox y la compra de su argumentario por sus socios políticos más cercanos, Populares y Ciudadanos, han añadido todavía más inestabilidad política a un momento con tantas turbulencias como desafíos.

Todo ello ha llevado a que estemos atravesando la campaña electoral más larga de las que se recuerdan, ya que durante esta agitada legislatura, con la sucesión de procesos electorales, la debilidad de sus dos gobiernos, primero el de Mariano Rajoy y posteriormente el de Pedro Sánchez, junto a la convocatoria anticipada de elecciones, hemos estado en un largo periodo en el que los partidos políticos no han dejado de hacer una campaña de alto voltaje, con elevados niveles de contaminación ambiental.

Sin embargo, las campañas electorales son como grandes mascletás, repletas de ruido y de efectos sonoros, en las que los candidatos y sus partidos tratan de atraer la atención mediante los mensajes más atronadores. Es por ello que, en estos momentos, las campañas pesan más, no tanto por lo que se propone, sino por los errores que se cometen, que dejan al descubierto las debilidades e inconsistencias de los candidatos.

Y en medio de este escenario, tan novedoso como incierto, se miran los sondeos electorales como posos del café, esperando que confirmen las estrategias políticas de cada partido, en lugar de comprender su función de sismógrafos sociales. Las encuestas son herramientas que ofrecen una interpretación condicionada de la realidad y así deben entenderse, si bien, muchas de las incertidumbres que he señalado toman cuerpo en los sondeos que se están haciendo públicos. Faltan pocos días para tener los únicos resultados válidos que son los que se derivan del voto de los electores, aunque a día de hoy, se confirman algunas tendencias a tener en cuenta.

Estamos ante las elecciones generales que, posiblemente en mayor medida, van a poner en juego el voto útil como factor determinante de sus resultados finales. Tanto el PSOE con Pedro Sánchez, como Pablo Casado con el PP, están tratando de jugar a fondo esta carta, hasta el punto que la dimensión de la victoria de los socialistas vendrá dada por la capacidad para movilizar ese componente de utilidad en el electorado, al tiempo que la magnitud de la derrota de los populares estará relacionada con la fragmentación del voto de la derecha. Una parte de los indecisos tiene que ver, precisamente, con ese voto útil.

Y aunque parezca una paradoja, para el PSOE los pasados comicios autonómicos en Andalucía y su pérdida del gobierno autonómico, no le va a venir mal, ya que van a actuar como un revulsivo a la hora de movilizar al electorado de izquierdas y hacerle ver la importancia de su voto para evitar que vuelva a suceder lo que con su abstención ha sido posible en esta Comunidad.

Ahora bien, haciendo como hace el PP bandera de su lucha contra el independentismo y el procés, apostando, al igual que Vox, por una recentralización del Estado, estas próximas elecciones pueden certificar un dato muy llamativo, como es que el Partido Popular deje de tener presencia (o sea completamente residual) en Cataluña y en el País Vasco, dos comunidades clave para afrontar la gobernabilidad de España y para tratar de solucionar el problema catalán. Un partido sin prácticamente representación electoral en Cataluña deja de ser un actor político sustantivo para abordar el desafío independentista en esta Comunidad.

Pero siendo el objetivo fundamental de la derecha, tal y como lo señalan Ciudadanos, el PP y Vox, derrotar a Pedro Sánchez, por encima de cualquier otro, han decidido compartir también un proceso de degradación política y de deterioro del clima social, acompañado de una apelación al autoritarismo verbal, sin escatimar insultos ni mentiras. Estimular las bajas pasiones mediante un supremacismo patriarcal, pretender un recorte de libertades, apelar a la xenofobia contra inmigrantes, aderezado todo ello de un patriotismo teatral, acompañado de una reivindicación de las esencias del nacional catolicismo, apelando continuamente a la derrota de quienes no son como ellos, lleva a un clima irrespirable de permanente confrontación.

Lejos de plantear soluciones a la frustración creciente de las clases medias, a las fracturas sociales, generacionales y de clase que en España no paran de ensancharse, hay partidos que prefieren una política de tierra quemada, sin importarles el coste que ello va a tener para la convivencia.