La narrativa de los hechos en los que han intervenido testigos de policía y guardia civil ha sido, hasta ahora, la más cercana a lo que pudo ocurrir. A partir de la semana próxima serán los propuestos por las defensas quienes den su versión, en un intento por mostrar la realidad más auténtica de lo que pasó el 1 de Octubre de 2017.

Aunque los responsables policiales no estén sentados en el banquillo, su protagonismo en el juicio del Supremo está siendo formidable, como se ha podido comprobar desde el comienzo de este maratón judicial.

Ninguno de ellos es parte directa pero sus testificales se han eternizado en sesión continua. Prácticamente, todos los que han desfilado por las Salesas han dado en coincidir que el día de marras se encontraron con una resistencia organizada («activa» o «pasiva») con la que los favorables a la celebración de la consulta hicieron frente a la encomienda de la policía judicial.

Es decir, a quienes, en virtud del auto de una juez, intervenían los centros de votación, confiscando urnas y material diverso, con el propósito de frustrar una ilegalidad. En definitiva, la celebración de ese referéndum que desde Madrid se empeñaban en decir que no tendría lugar. Y vaya que si tuvo lugar.

También han coincidido en que la policía autonómica se mostró indolente (¿apatía natural o inducida?) y los agentes judiciales no contaron con su apoyo (¿forzado o voluntario?). En cualquier caso, aunque necesitará un careo, el arqueo daba como resultado binomios irredentos, que se comportaban -a los ojos de sus colegas estatales- como meros observadores.

La Fiscalía considera la supuesta complicidad de los agentes catalanes con los líderes políticos como un elemento que podría validar sus tesis aunque, si bien la cúpula de la policía autonómica al completo ha testificado, los responsables policiales no comparten con los encausados el banquillo del Supremo.

Buen número de escenas de estas sesiones monocolores han servido para componer un relato que resulta poco representativo de la idea que se fue creando, durante años, de la sociedad catalana. La realidad desmenuzada ha resultado más propia del neorrealismo italiano, que dio más importancia a los sentimientos de los propios personajes que a la composición de la trama. Con una puesta en escena cuidada, entendida como manera de describir la realidad. Por eso, en ciertos casos los directores de aquel cine recurrían a actores no profesionales.

Así: «las urnas que yacían en un frigorífico o volaban aterrizando sobre las cabezas de los agentes; los coches de niños sin niños; los pellizcos de monja, los policías descapuchados («ahora vemos la cara del fascismo»); el lanzamiento de trozos de un sanitario a la cara de los oficiales; las lluvias de piedras; los niños desde el patio de un colegio llamando asesinos a los policías; el desfile de medio millar de personas encabezadas por bomberos uniformados y con casco; las caras tapadas con bragas y capuchas, las patadas en los testículos o la tramoya de centros donde situaron, en las primeras filas de las concentraciones, a personas mayores o niños».

Quizás también haya ocasión de presenciar el testimonio del presidente de una mesa electoral que se encapsuló él solo, subido a sillas y mesas, abrazando una urna de forma simbólica. Según cuentan los deponentes, costó que bajara pero al final consiguieron convencerlo.

No dude, estimado lector, que alguien se ocupará de llevar esta escenografía al teatro, una obra para el pueblo con moraleja, como de trovadores.

La cansina redundancia de cada día, ya han transcurrido 33 jornadas, no impide al árbitro perder la paciencia, cuando se trata de explicar a los letrados de la defensa que: «Si usted hace la pregunta, el agente está bajo juramento, pero usted no, y eso plantea un problema serio».

El magistrado en jefe aprovecha también para reprimir sonrisas irónicas del publico en la sala y despliega facundia jurídica, en esta ocasión, a vueltas con el aforismo latino non bis in idem (que impide, en el derecho penal, juzgar dos veces a una persona por unos mismos hechos), al tiempo que propinaba una reprimenda a uno de los letrados más temerarios con el combativo presidente del juicio.

Inmersas en una perseverancia encomiable, las defensas no han dejado pasar ocasión sin llevar la contraria a los agentes y, al tiempo que buscaban el empate, cargaban la mano sobre el uso de las porras (que la policía llama, compasivamente, defensas), con las que desbarataban murallas humanas, siendo así que, con ello, conseguían apartar a los votantes y desalojar los colegios. Todo por las urnas.

La declinación de los abogados, hasta que la Fiscalía terminó por cansarse de que las defensas también acusen, venía a ser: «¿No es más cierto que no pudieron entrar porque trataron de hacerlo saltando encima de la gente, pisándola? ¿Emplearon las defensas? ¿Pegaron puñetazos? ¿Les pisaron? ¿No vio que se quitara a la gente, estirando de los pelos, por la entrepierna a las mujeres o por el cuello?»

Cuando la evidencia resultaba ser que las manifestaciones no eran pacíficas y continuar con ellas resultaba insostenible, la estrategia mutó a responsabilizar a los policías de lo ocurrido.

De manera que la que fuera Fiscal General del Estado, Consuelo Madrigal, una de los cuatro fiscales del Supremo en el juicio, al ver cómo sus testigos por momentos se convertían en acusados, se plantó, y expuso sus quejas al tribunal: «Esto no es un juicio a la Policía. Hay preguntas que parece que estamos en un juicio contra la actuación policial en el cumplimiento de órdenes judiciales». Algo que, desde que empezó la vista oral, andaba rezongando por los pasillos de las Salesas.

Porque es poco común que el protagonismo se adjudique a personas que no son parte directa del juicio. Los responsables policiales no se sientan en el banquillo, como tampoco se sienta quien (como Platino, «el nombre, en clave policial, de Puigdemont), pretendía, a través del referéndum, un careo con el Estado, a ojos vista de la opinión internacional.

Es cierto que los testigos de cada franja son personajes reales que relatan, bajo promesa o juramento, experiencias propias, narrando vivencias e interpretándose a sí mismos. Se trata de una descripción cruda de la realidad, siempre con un fin didáctico a nivel moral.

Aunque quienes han dormido en condiciones lamentables, en barcos inadecuados, tengan que soportar locuciones crueles: «Que mal huelen los policías nacionales, menos mal que con la república no vais a volver». Eso tiene que ver con la insistencia en denostar con repetición, dando por hecho aspectos que no se han acreditado.

Y eso que el que lo soltó no tenía ninguna gracia, pues de otro modo hubiera sido peor, ya que como sostenía Ferlosio: «Los simpáticos son temibles».