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El idealismo de Charles Aznavour

El refugio que el pensamiento nos proporciona está lleno de silencio, podemos hablar y podemos escuchar, no es necesario tener prudencia; podemos llamar inepto al inepto y jamás se sentirá ofendido.

La ineptitud no es inofensiva, no es admiradora de la grandeza, no entiende que el esfuerzo es la voluntad que nunca refrena las grandes obras. El sacrificio es una actividad humana que siempre da frutos, el vocablo me gusta, acoge el todo y la nada en un paréntesis atemporal y con nuestro propio temperamento se sitúa en el tiempo.

Precisamente el hombre que titubea en la lucha no está apto para ser guerrero. Los acontecimientos de la vida no son siempre los que queremos; el estímulo de la lucha y el sacrificio tiene innegables reminiscencias de fuerza: la misma que se necesita para pasar de la circunstancia al hecho.

Jamás se debe aquietar la furia de la acción, ella nos da acceso al desenfrenado mundo del movimiento: ideas y pensamientos.

De la certeza jamás nacen dudas, aquellos que tienen el lecho seguro no sabrán ser peregrinos, la necesidad formula una íntima correspondencia con el ingenio, y nos invita a ver que con cuatro trozos de madera podemos hacer un barco.

Para sostener una buena comunicación con la vida es necesario participar. Consignar la seguridad por medio de la renuncia es una forma aquietada de cobardía. Las personas que se entregan a la apatía están castrando la voluntad con el formalismo de la comodidad y no ven que el culto a la vida se rinde con el desenfreno del alma y el pensamiento.

He visto miradas maravillosas en hombres martirizados por la vida y he visto miradas inexpresivas en hombres que lo cómodo es su principal prioridad. No, no debemos quedarnos petrificados nunca, ni idealizar presentes, de la noche a la noche el músculo de la seguridad se puede tensar demasiado y la fuerza se puede ir perdiendo. Es impresionante lo podereso que es el valor, se siente victorioso antes de la pugna...

Constantemente la vida es un principio, resulta agradable ver su generosidad, las cosas más nimias de nuestra existencia son las que nos producen las lecturas más valiosas.

Me despido con la sólida fuerza de La Bohème y el idealismo de Charles Aznavour: "Éramos ésos que esperaban la gloria a pesar de ser miserables".

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