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Campaña

Tomar a los ciudadanos por idiotas, una vieja costumbre de los políticos

Cabría decir que la campaña electoral comienza fina, si no fuese porque llevamos ya en ella al menos desde la moción de censura que encumbró al hasta entonces perdedor por antonomasia, Pedro Sánchez. La oficial no hace sino reiterar lo mismo que los partidos llevan diciéndonos desde entonces. Estábamos acostumbrados ya a que nos tuviesen a los ciudadanos por idiotas pero no hasta el extremo de que, en esta ocasión, unos y otros lo borden. Los que antes se llamaban izquierdas y derechas, y ahora no hay forma de denominar, solían coincidir, al menos, en una cosa: de qué van las elecciones.

Pero en esta cita ante las urnas se diría que no se aclaran a tal respecto. Unos ponen en el secesionismo catalán y la amenaza de que se nos desplome la Constitución que tanto nos costó alcanzar el acento esencial ante el voto. Otros disimulan a tal respecto y apuestan por políticas sociales que nos harán volver al Estado del bienestar. Pero ni los primeros explican cómo cabe resolver el problema de tantos ciudadanos partidarios en Cataluña de la independencia ni los otros dicen de dónde saldrá el dinero para poder pagar los regalos de los reyes magos. Así que andamos metidos en un verdadero dilema no acerca de a quién votar sino sobre qué es lo que estamos decidiendo en esta ocasión. Quizá para animar aún más el espectáculo, hay partidos -no muchos, de momento- que olvidándose del referéndum sobre el futuro de Cataluña proponen ahora otro distinto -o no- sobre la monarquía esta vez. Puestos a mirar hacia otra parte cuando se trata de resolver los problemas pendientes, es una salida genial.

En la campaña de ahora, a la estrategia histórica de creer que los electores babeamos se une la beligerancia declarada de los diarios digamos nacionales, volcados en la intención de favorecer el voto. El de mayor tirada del país, hasta cambió de director poniendo a quien mejor pudiese convertir el periódico en una agencia electoral del resistente Sánchez. Lo ha logrado. Los demás centran sus esfuerzos en demostrar que semejante manual de resistencia no es sino un pacto del actual presidente hoy en funciones con los demonios nacionalistas, con lo que logran convertir la cita electoral en un plebiscito Sánchez sí, Sánchez no. Se diría que nuestros problemas actuales son mucho más complejos que los de un dilema así, en particular cuando no se sabe qué quiere decir ni lo primero -más allá de un nuevo mandato para el resistente- ni lo segundo -estando en el aire cómo va a quedar el arco parlamentario-. En semejantes circunstancias, lo más probable es que los problemas empeoren. Pero no se preocupen: una nueva campaña electoral al poco y la felicidad queda garantizada.

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