Hace pocos días asistimos a una conferencia de Olga Tarrasó (una de las arquitectas más reconocidas a través de su obra urbanística y de paisaje), sobre su participación en el Concurso Internacional para recuperar La Rambla de Barcelona para el vecindario, adjudicado a su colectivo km_Zero. Y eso nos hizo pensar inmediatamente en dos de nuestros paseos históricos, la Rambla y la Explanada, y si en la actualidad incorporan los atributos necesarios para ser reconocidos como ejes representativos de toda la ciudad o, por lo contrario, sería aconsejable plantear mejoras en su configuración y formas de uso para recuperar su estatus urbano.

La propuesta ganadora de aquel concurso se resolvía bajo el compromiso de «una mejora global de ese espacio urbano central y vertebrador de la ciudad a través de un proceso participativo y cooperativo entre técnicos, ciudadanía y administración para poner en marcha una propuesta de urbanización y rediseño, con una metodología innovadora para hacer de la Rambla un lugar diverso, flexible, sostenible, inclusivo, accesible, coherente, seguro, inteligente, contextualizado y confortable». Palabras que nos invitan a pensar en esos términos, y a reivindicarlos, ante una actuación equivalente en la Rambla y la Explanada de Alicante.

La Rambla de Alicante ha sufrido transformaciones en el tiempo que no siempre han sabido interpretar el papel que ha jugado en la ciudad. Fue el resultado de la demolición del cinturón defensivo de la ciudad medieval y se convirtió durante el siglo XIX en un paseo-salón, con un arbolado central elevado sobre la cota de calle y limitado por la edificación en sus cuatro lados, sin llegar al mar hasta 1922-23. Ese perfil de paseo decimonónico no se ha mantenido como atributo principal, o no tanto como ha pervivido en otras ciudades donde mantienen un mayor protagonismo (Passeig des Born en Mallorca, la Rambla de Barcelona, los Grandes Bulevares parisinos o la Ringstrasse de Viena, entre otros muchos). El Portal de Elche, uno de los espacios inseparables de la Rambla, es el único que nos remite a su historia.

Son evidentes los motivos: la incorporación masiva del coche, la ocupación excesiva de espacio público, la sustitución no siempre justificada de especies arbóreas, la pérdida de su vitalidad original como eje institucional y comercial de primer nivel y, también una lacra generalizada en la ciudad, las ocasiones perdidas a partir de sustituciones arquitectónicas que no han sabido integrarse y asumir un escenario histórico poco a poco desaparecido.

Podemos quedarnos en la añoranza, sin más, o plantear la recuperación de espacios emblemáticos que han olvidado su origen y el nivel de actividad cotidiana de otros tiempos. Las ciudades evolucionan al ritmo de las demandas y los anhelos de sus ciudadanos, pero deben hacerlo dentro de los márgenes del respeto por su herencia, la de un patrimonio colectivo, y desde la aplicación del más avanzado y exigente conocimiento de nuestro tiempo en las intervenciones actuales (los diez adjetivos para recuperar la esencia del lugar en la propuesta del colectivo km_Zero tienen ese sentido).

La Explanada, el espacio más reconocido de la ciudad y uno de los paseos marítimos más apreciados de nuestra costa, reúne una serie de problemáticas de gran alcance que trascienden incluso a la propia ciudad. La Explanada se integra en un eje ajardinado de más de 2 kilómetros, desde la Estación de la Marina hasta la antigua Estación de Benalúa (hoy Casa del Mediterráneo), junto al Paseo de Gómiz y al Parque de Canalejas. Un espacio jalonado a lo largo del tiempo de edificios emblemáticos y de usos vinculados al mar que, en la actualidad, se debate por mantener su papel como expresión de la identidad singular de la ciudad de Alicante, destinado desde su construcción a albergar espacios y actividades de primer orden o, por lo contrario, como el espléndido recinto donde instalar las aleatorias eventualidades que alimenta la insaciable demanda turística.

Pocos entornos urbanos como ese eje ajardinado han sufrido un mayor nivel de agresión. Basta recordar los esfuerzos del Colegio de Arquitectos para impedir la demolición de la Concha de la Explanada, la pérdida del edificio de la Comandancia de Marina o la ocupación masiva de la dársena interior del puerto. Un suma y sigue al que añadir las indescriptibles esculturas de Ripollés y la dedicada a las fuerzas armadas, la presencia del casino como telón de fondo de la plaza Puerta del Mar o el comercio de menudeo que impide las vistas al mar e invade un espacio que, con las cuatro hileras de palmeras y los mejores mármoles de nuestra zona, intentan mantener la categoría del paseo de la Explanada.

Pero aún así, si lo pensamos desde la percepción y consideración de la gente por ese espacio, ¿quién no se ha hecho fotos en la Explanada o ha enviado postales con su imagen? ¿No es posible, por tanto, darle la vuelta a todos los inconvenientes y agresiones interpuestas y recuperar su perfil y las funciones más valorados a lo largo del tiempo? Sabemos que una sociedad progresa cuando mejoran las condiciones vitales de su población y esta se siente más implicada con su medio y su entorno. Las ciudades no siempre han crecido superando las estructuras consolidadas que hereda, el urbanismo no es una ciencia que avanza en vertical depurando todo lo anterior, pero sí que tiene los recursos y la cultura suficiente para superar en cada caso los retos de una ciudad y un territorio.

Limpiar, depurar el paisaje de la primera línea de la ciudad frente al mar, siempre será una buena forma de evitar las contaminaciones innecesarias o fuera de lugar, pero, sobre todo, la pérdida de los valores conquistados como ciudad. No se trata, por tanto, de reivindicar sólo unos espacios y unas funciones, se trata de garantizar lo que nos exige nuestro compromiso social y la reclamada sostenibilidad al insistir en que las necesidades actuales deben cubrirse sin sacrificar «comprometer» las posibilidades de las futuras generaciones; y para conseguirlo, tenemos que estar atentos a todo tipo de oportunidades.

Por eso, la sana envidia nos hace desear para nuestra ciudad lo que entendemos que se hace bien en otras con las que hemos compartido Historia y formas de actuar. Hacen falta acuerdos, criterios y estrategias claras para reforzar y poner al día nuestras estructuras urbanas o, dicho de otro modo, tener el interés público y la mirada puesta en lo que ya se define como un urbanismo regenerativo, renovador y participativo.

Firman también de este artículo Francisco Juan Martínez Pérez, arquitecto, y Juan Jaime Cano Hurtado, ingeniero industrial, y profesores de la Universitat Politècnica de València