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Cuentos censurados

Hubo un tiempo o, mejor dicho, tiempos, en los que los libros eran censurados, la libertad de expresión, limitada y la de opinión, ceñida a los dictados impuestos por el Estado. Hasta la llegada de la democracia, eran muchas las obras y los autores que la censura y el régimen franquista prohibían y su adquisición siempre se hacía asumiendo los riesgos derivados de lo ilícito. La democracia y la Constitución abrieron la puerta a la libertad y la creatividad, sin más límite que el Código Penal. Ninguna ideología puede ser oficial en el marco del sistema, ninguna perspectiva u orientación individual o colectiva, ninguna norma de pensamiento pueden imponerse sobre la pluralidad. Mucho costó llegar hasta aquí y mucho hubo que avanzar para consagrar la libertad y el respeto como reglas de la convivencia.

Todo empieza a torcerse, sin embargo, de nuevo y esta vez no de la mano de la Iglesia, excusa secular, sino de la izquierda radical, que se mueve como pez en el agua en la represión y la imposición ideológicas, que reparte carnets de progresismo, avales de ética suma o que reprime toda desviación de las perspectivas oficiales que representan el pensamiento único que quieren imponer. Y digo perspectivas, que no principios constitucionales, diferencia ésta importante que debe apreciarse para situar en su justo término las reivindicaciones de quienes, en diversos costados de sus exigencias, demandan que su forma de ver el mundo se traduzca en norma de comportamiento universal. Que las perspectivas, como tales, como opciones, lleguen incluso a conformar jurisprudencia es preocupante por lo que supone de introducir elementos no jurídicos, sino ideológicos, en la interpretación de la ley.

Ahora, en esta deriva hacia el autoritarismo, le ha tocado a una escuela o biblioteca pública catalana, en la cual se han censurado alrededor de cien cuentos infantiles, de los de siempre, por contener, dicen los administradores de la buena nueva, elementos que atentan a la igualdad de género, que carecen de esa perspectiva determinada y que son exponentes de la sociedad patriarcal, el machismo y la violencia contra la mujer. Cuentos como Caperucita Roja o La Bella durmiente han sido escondidos y vetada su lectura a los niños. Son peligrosos, sembradores de cánones de conducta que han de ser erradicados de la sociedad y, por tanto, sin atender a las libertades y derechos que la Constitución proclama, son despreciados, se prohíben y censuran en el mejor de los estilos de la «noche de los cuchillos largos» nazi.

Dicen los represores que en los cuentos clásicos aparecen siempre como héroes los hombres, que no se equilibran los personajes principales respetando entre ellos la paridad debida entre sexos, que los personajes femeninos se ocupan en tareas domésticas en lugar de empuñar la espada contra los dragones y que, en fin, las mujeres siempre se representan ligadas al amor romántico, que vinculan a la subordinación de estas respecto de los hombres. Todo ello, claro está, basado en estudios sesudos, dicen que con origen en una Universidad británica, que ha percibido una clara relación entre este tipo de lecturas y la violencia de género.

No puede haber príncipes en los cuentos: la monarquía ha de ser desterrada. Tampoco historias de amor, porque enamorarse es una rémora del pasado patriarcal. Los personajes principales, afirman, han de aparecer de forma paritaria según el género y las mujeres, desempeñar funciones iguales a los hombres. Tampoco puede matarse a los lobos, ni a los dragones. Los cazadores deben desaparecer de la narración. Todo perfectamente cuadriculado. Ni siquiera el franquismo estableció tanta regla que, más allá de la literatura, se va extendiendo a toda obra, incluso las científicas y, por supuesto, las jurídicas.

Con base en estas exigencias, la institución catalana ha ordenado, conforme a los dictados propios del progresismo reaccionario e inquisitivo, fascista en sus palabras, la censura, la guarda de los libros bajo llaves, en espera de decidir su destino que, indudablemente, será la clásica hoguera, deleite de los totalitarios cuyo placer por el fuego y el control de la cultura han ido parejos a su radical odio a quien piensa distinto. Estos son los mismos que han pedido de forma insistente que determinados cuadros desaparezcan de los museos por ser machistas, que ciertas canciones de hace pocos años se prohíban por contener mensajes no feministas o que el humor se limite hasta el extremo de que deje de serlo. La historia debe desaparecer, la libertad, ser abortada, la Ilustración, olvidada.

Y lo peor no es que haya quien pida estas cosas, sino que museos, universidades, colegios o bibliotecas las cumplan. Vamos a apresurarnos a comprar las obras prohibidas antes de que pasen al olvido, pero guardémoslas en casa, ocultas, pues llegará un día en que nos perseguirán por ello.

Lo más curioso es que me tacharán de reaccionario muchos de los que lean estas líneas. Curioso, porque hace pocos años estos mensajes representaban la bandera de la libertad. Tal vez es que quienes quieren cercenarla nunca han padecido su falta. Si siguen por este camino la reacción no se hará esperar y contemplarán la tristeza de su mensaje. Están alimentando a un monstruo que despertará más pronto que tarde.

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