Francisca Aguirre es una de esas poetas cuya obra es fiel compañera de su vida.

Y viceversa.

Nació en Alicante en 1930. Cuando juzgaron y condenaron a muerte a su padre en 1942, tenía 12 años. De nada le sirvió a Francisca humillarse ante Franco ofreciendo un ramo de flores a su hija, una niña de su misma edad.

La muerte de su padre va girando y girando en torno a su vida y su obra. La podemos ver desde el comienzo hasta el final.

En su libro de memorias Espejito, Espejito nos cuenta cómo la literatura la ayudó a soportar la vida: «Descubrir los libros ha sido uno de los pocos regalos que la vida me ha hecho. Para mí, Alicia en el país de las maravillas fue una maravilla en el país de las tinieblas. Con ese libro aprendí a reírme del mundo hostil que me rodeaba. El señor Carroll nos enseñó a mis hermanas y a mí a sacarle la lengua a todo lo feo y opresivo. Estoy segura de que mi agradecimiento para con este libro me sobrevivirá».

También nos cuenta en Espejito, Espejito la importancia de la música en su vida: «Para nosotras la música fue algo así como el pan. Pero como el pan era más bien escaso, nos consolábamos del hambre escuchando música».

Hay un poema, «El último mohicano», perteneciente a su obra Los trescientos escalones, donde Francisca expresa magistralmente esa doble presencia de la literatura y la música como elementos de apoyo en su infancia; pero detrás de todo ello estaba su madre, el amor de su madre quien logra volver a las hijas «desde el país del hielo». Su madre que con la muerte del padre, en palabras de la poeta: «Lo perdió todo/ salvo un hilo delgado que la unía a nosotras». Su madre es la que da a las hijas el amparo frente al mundo enemigo porque «...gracias a ella, nosotras que nada teníamos / lo tuvimos todo».

La colección de sonetos Los Cantos de la troyana, siguiendo la estela de Quevedo, nos muestra la desesperación de la existencia. Según Emilio Miró estos sonetos constituyen un monumento de soledad y amor, de orfandad y desengaño. La sabiduría de la Troyana y la historia de amor, que se va desgranando en los sonetos, aboga por la compañía solidaria frente al desamparo de la especie, el refugio, la calidez, compartidos por quienes conocen y sufren el deterioro, el desvalimiento: «Dame tu mano al borde de esta nada/ y nademos en contra de las olas (...)/ Porque es mejor nadar juntos que a solas/ y por si acaso el corazón nos falla».

Últimos versos del poema Nos ha vivido el tiempo y de repente.

La muerte de la poeta Francisca Aguirre nos priva de una de las voces poéticas con más alma de nuestras letras.