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Las nuevas dictaduras

En la tarde-noche del 10 de mayo de 1933, dirigidos por la batuta del maestro del horror Joseph Goebbels, más de 70.000 personas rugían amontonadas en la Bebelplatz (antes Plaza de la Ópera de Berlín) para contemplar con éxtasis genocida la quema de más de 20.000 libros que los nazis habían condenado a cenizas por considerarlos tóxicos, contrarios al espíritu alemán. De ahí el nombre con que fue bautizado el infausto acontecimiento "Acción contra el Espíritu antialemán". He tenido ocasión de ver esas imágenes, tanto filmadas como en fotografía, y también he visitado en varias ocasiones esa bellísima Plaza de la Ópera berlinesa, hoy Bebelplatz, ubicada frente a la cultísima e imponente Humboldt-Universität, donde impartieron su magisterio maestros inmortales de la talla de Fichte, Hegel, Schopenhauer, Einstein o el poeta romántico Heinrich Heine, todos ellos tan caros para mí. Y fue precisamente Heine -en premonitoria visión cien años antes del horror nazi- quien en 1821 dijo "Ahí donde se queman libros, se terminan quemando también personas". Y así fue. Los nazis empezaron quemando libros y continuaron persiguiendo a sus autores, a los intelectuales, artistas, científicos y músicos contrarios al régimen del terror, a la barbarie del totalitarismo. Y acabaron asesinando a más de seis millones de personas, judíos en su mayoría, en ese Holocausto de cenizas acumuladas en los campos de exterminio nazis para nuestra eterna vergüenza.

Sigmund Freud, Thomas Mann, Walter Benjamin o Stephan Zweig fueron algunos de los intelectuales que tuvieron que partir hacia el exilio huyendo de un régimen basado en la supremacía racial, el odio, la exclusión, el terror y la dictadura del dogma irrefutable, de la imposición ideológica. Benjamin y Zweig se suicidaron sobrepasados por la larga sombra de la desesperación, somatizados por la oscura certeza del mal, alienados ante la imposibilidad de vencer a la noche sin fin. Zweig se suicidó en Petrópolis, Brasil, junto a su mujer, Lotte, ingiriendo veneno. La fotografía del matrimonio en su cama, muertos, cogidos de la mano, con rostro sereno, no solo conmueve, nos hace reflexionar sobre la dignidad del ser humano, la lucha interior, la victoria de la vida pese a la muerte. También tuve ocasión de contemplar su casa de Petrópolis y evocar más de cerca la integridad de mi admirado Zweig. En su recuerdo, escucho la estremecedora Metamorphosen, última composición de su amigo Richard Strauss, por la Staatskapelle Dresden y la batuta de Rudolf Kempe, un gran director ajeno al esnobismo de salón tan de moda.

Hoy las nuevas dictaduras se disfrazan de sutilidad, se arropan de supuestas ideologías, aducen principios en apariencia igualitarios, con el único fin de seguir imponiendo sus dogmas, de seguir censurando todo aquello que se opone a sus criterios, de seguir quemando libros e ideas no en las piras expiatorias de antaño, sino arrojándolos a los abismos del ostracismo y el olvido. Esta semana conocíamos la noticia de que una escuela pública de Barcelona (de nuevo la Cataluña supremacista) retiraba de su biblioteca 200 cuentos infantiles por "sexistas" y "tóxicos". Entre los tóxicos, sexistas, machistas y malignos cuentos, y por fomentadores de violencia, entre las monstruosidades que han decidido retirar en virtud de cierta tiranía de género, se encuentran clásicos tan aberrantes y peligrosos como "La Bella Durmiente" y "Caperucita Roja" (ni tan siquiera el hecho de ser roja la ha salvado de la hoguera). Todo ello siguiendo el criterio del "Proyecto Biblioteca y Género", cuyos resultados se publicarán en el Observatorio de Igualdad de Género del Instituto Catalán de la Mujer. Casualmente este jueves una mujer -sí, una mujer; sí, una mujer; sí, una mujer- Cayetana Álvarez de Toledo, cabeza de lista del PP por Barcelona, era violentada, insultada, acosada y privada de su libertad de movimientos por unos cuantos matones y matonas de la extrema izquierda separatista, supremacista, por estas nuevas dictaduras, para impedirle su derecho a la libertad de expresión en la Universidad Autónoma de Barcelona. ¿Qué dirá al respecto el Observatorio de Igualdad de Género del Instituto Catalán de la Mujer? ¿O es que Cayetana Álvarez no es una mujer? ¿Qué dirá al respecto el feminismo talibán, tan vigilante de los piropos y tan ciega con las agresiones a mujeres que no son esclavas de sus dogmas?

No tenga ninguna de ustedes dos duda alguna; las nuevas dictaduras, la nueva Inquisición, empiezan prohibiendo Caperucita Roja, continúan ignorando agresiones a mujeres que no son de su credo supremacista, y terminarán por prohibir la pintura, el teatro, la literatura, el cine o la ópera cuyos contenidos no se ajusten a las reglas de género, ideológicas o de cualquier otra índole que nos vayan imponiendo por la fuerza, bien sea la de la hoguera, la agresión, las amenazas, el miedo, el destierro, el olvido o las mazmorras de la persecución física y de pensamiento. Yo, por si acaso, me he propuesto releer La Bella Durmiente, El Principito, Caperucita Roja, La Montaña Mágica, Los tres Cerditos, el Hiperión de Hölderlin, La Cenicienta, El Guardián entre el Centeno, Blancanieves; y en memoria de los que sufrieron la dictadura del nazismo, Si esto es un Hombre, de Primo Levi, y El mundo de Ayer, de Stefan Zweig. Dense prisa en leer, quizá en unos años se instale entre nosotros un nuevo Fahrenheit 451. Está avisados€ y avisadas.

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