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Lo que May sí sabía

La conservadora logra a la vez limitar la prórroga y blindarse seis meses al enfrentar al fin a Macron con Merkel

El compromiso sobre el "Brexit" alcanzado por el Consejo Europeo pasada la medianoche del miércoles -conceder una prórroga hasta el 31 de octubre, revisable en junio, para la salida de Reino Unido- permite varias interpretaciones. Así suele ocurrir con los acuerdos muñidos bajo la presión de plazos muy ajustados y posiciones muy enfrentadas. Todo el mundo tiene la impresión de haber ganado y haber perdido. De modo que un intento de iluminar sus características e implicaciones obliga a ir por partes. En la reunión había cuatro jugadores enfrentados. Por un lado, la primera ministra británica, Theresa May, obligada a pedir su segunda prórroga para evitar una salida traumática de la UE la próxima medianoche. May había cursado una solicitud oficial de prórroga hasta el 30 de junio, lo que se ha venido conociendo como prórroga corta. En ese tiempo esperaba sellar un pacto con los laboristas para aprobar, al cuarto intento, el Acuerdo de Salida. Dado que el nuevo Parlamento Europeo no se constituirá hasta el 2 de julio, esta opción le habría permitido evitar la celebración de elecciones europeas el 23 de mayo, a condición de cerrar el entendimiento con la oposición el 22 de mayo como muy tarde. En segundo lugar, estaba el destinatario de la solicitud de May, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, cuya postura estaba alineada con la del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Tusk era partidario de una prórroga larga, de un año, con un doble objetivo: por un lado, agitar ante los euroescépticos británicos el fantasma de la dilución del "Brexit" e incitarles a aprobar el mal menor del Acuerdo de Salida. Por otro, dar tiempo a que madure el actual proceso político británico, marcado por un bloqueo plasmado en la evidencia de que, desde enero, May ha sido desautorizada tres veces por los Comunes, y muy en particular por su grupo parlamentario. Sin embargo sigue en el cargo. Y puede hacerlo porque superó en diciembre una moción de censura interna -que obliga a esperar un año para repetirla- y porque en enero ganó una moción de confianza parlamentaria. En tercer lugar, aparecía la canciller alemana, Angela Merkel, próxima a Tusk y respaldada con matices por una mayoría de estados miembros. Su objetivo era dar tiempo a May con una prórroga larga para evitar una ruptura traumática. La posición de Merkel estaba sin duda alimentada por su ya larga experiencia en negociaciones internas y externas. Formar su último Gobierno le costó seis meses. Pero también se fundaba en lo que es artículo de fe para quien pasará a la historia como madre de las políticas de austeridad de estos últimos años: vale más perder miles de horas en negociar que perder un solo euro por no hacerlo. Y cualquier ruptura traumática sería cara para ambas partes. En último lugar, jugaba el presidente francés, Emmanuel Macron, que el miércoles se convirtió en la china en el zapato del Consejo Europeo. Mientras la mayoría estaba dispuesta a respaldar a Merkel-Tusk-Juncker en la concesión de una prórroga larga, que algunos querían limitar a fin de año, Macron estaba obsesionado por impedir que Reino Unido pudiese condicionar la política de la UE durante meses, impidiendo la imprescindible renovación que exige luchar contra las fuerzas nacionalistas que amenazan desgarrarla. De ahí que para una prórroga larga exigiera un drástico capado de los derechos británicos, empezando por el veto. De ahí también, y sobre todo, que defendiera dar a May lo que May pedía: una prórroga corta. Macron está mucho menos curtido en el diálogo que Merkel y sólo veía ventajas en presionar con el calendario a los británicos para que se pongan de acuerdo, presión que se esfumaba con la prórroga larga. Además, a diferencia de Merkel, podía envolverse en la "grandeur", rumiar la eterna rivalidad anglofrancesa y -con un ojo puesto en el interior de Francia, donde le amenaza una contestación social que beneficia a la ultraderecha euroescéptica- amenazar con asumir un "Brexit" sin acuerdo, que calificó de preferible a un mal acuerdo o a una situación que se pudra indefinidamente. Lo habitual en estos casos es preguntar quién ha ganado. Y la respuesta habitual es responder que en una transacción no gana nadie y ganan todos. Sea. El 31 de octubre da a Merkel parte del tiempo que pedía y a Macron la seguridad de que el Reino Unido no estará presente cuando se constituya la próxima Comisión Europea. Pero algo hace pensar que, en el fondo, a corto plazo, que es su plazo favorito, el del tira que libras, ha ganado May. Véase. May llegó a Bruselas bajo la amenaza -no por poco creíble menos real- de tener que dejar la UE por las bravas ayer a medianoche. Y no lo deseaba. Por dos razones. La primera, que la salida brusca elevaría a la máxima expresión el conflicto norirlandés, al implicar la restauración pura y dura de la frontera entre Irlanda y el Ulster. La segunda, que el "Brexit" caótico cerraba de golpe su ciclo como primera ministra. Todo fracasos. Horas después, May salía del Consejo Europeo con su prórroga hasta el 30 de junio en el bolsillo y con el seguro añadido de que, si no le funciona, tendrá otra más hasta el 31 de octubre. Eso y no otra cosa es lo que implica el pequeño detalle, confinado en la letra pequeña de muchas informaciones, de que en junio se procederá a revisar la prórroga. La idea de May es pisar el acelerador de las negociaciones con los laboristas para sellar un acuerdo antes del 22 de mayo, agitando en paralelo el fantasma de que, de lo contrario, habrá elecciones europeas, el gran coco de los euroescépticos. Pero si fracasa, la prórroga hasta el 31 de octubre la blinda como primera ministra otros seis meses, ya que su compromiso es apartarse cuando se pase a la segunda fase. Y según lo pactado el miércoles en Bruselas, esa segunda fase no se podrá abordar durante la prórroga. Por si esto fuera poco para entronizar a May como ganadora, cabe resaltar que, por primera vez desde que se inició el actual proceso, la británica ha conseguido dividir a la UE, lo que a la postre sería la clave de su éxito. No sólo ha generado fuertes tensiones en el eje francoalemán sino que, además, ha enfrentado a París y Bruselas. Si algo destaca en May es su incombustible tenacidad y resistencia. Los caricatos la pintan unas veces como sonámbula y otras como zombi que no sabe a dónde va. Pero desde el miércoles hay que concederle que si hay algo que precisamente sí sabe es su meta: sacar a Londres de la UE en las mejores condiciones y, después, con la conciencia de hija de pastor anglicano apaciguada, y asumido que su ciclo está agotado, irse a casa. El miércoles, hubo otra cosa que May sí sabía: era el momento de dar el golpe definitivo para abrir esa brecha en la UE que le acercaría a su objetivo. Una brecha que lleva trabajándose dos años. De modo que el martes viajó a Berlín y sin duda le explicó a Merkel que sus dificultades para armar un pacto sólido con los laboristas se pueden resolver antes del 30 de junio, aunque con dificultades. Eso necesita más tiempo, cabe pensar que le sugirió la paciente fajadora. Acto seguido, se fue a ver a Macron y sin duda le insistió en que los "brexiters" más radicales están dispuestos a hacerle la vida imposible a la UE si se sienten encerrados en ella otro año más. No se puede perder más tiempo y lleva usted razón en fijarse el 30 de junio como plazo porque el calendario es la mejor presión, cabe pensar que le sentenció el impetuoso hijo de la tecnocracia francesa. El resultado de estas cartas bien jugadas ha sido, visto con ojos de May, una prórroga corta, hasta el 22 de mayo, tiempo en el que espera conseguir un pacto con los laboristas que, sumado al espantajo de los eurocomicios, logre al fin la aprobación del Acuerdo de Salida. Pero, si fracasara esta primera opción, May se ha asegurado un colchón de seguridad que la mantendrá maquinando en el 10 de Downing Street hasta el 31 de octubre. Entre tanto, la UE respirará unos meses.

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