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La campaña más sucia

Quien sienta repugnancia por el tono que han adoptado las tres derechas de este país con sus falsas acusaciones de "traición" y "felonía" al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sólo tiene que mirar a Israel para ver que en todas partes cuecen habas.

En una de las campañas más sucias que se recuerdan, desde fuentes próximas al Likud, el partido del primer ministro, Benjamin Netanyahu, se difundió la especie de que su rival, el ex general Benny Gantz, era un "desquilibrado mental", que acudía habitualmente al psiquiatra. Algo que se encargaron luego de propagar varias cuentas de Twitter.

Según el diario israelí "Jedioth Ahronoth", bots anónimos se dedicaron a esparcir durante la campaña todo tipo de falsedades sobre Gantz como la de que era un violador o incluso un pedófilo o que había engañado más de una vez a su esposa. Con tales métodos, y no con programas serios, se tratan de ganar hoy elecciones.

En su desesperación por conseguir su quinta victoria electoral, Netanyahu no dudó tampoco en prometer que, en el caso de ser reelegido, anexionaría al Estado judío los asentamientos en las tierras árabes ocupadas: flagrante violación, una más, de la legislación internacional.

"No distinguiremos entre grandes bloques de asentamientos y colonias aisladas porque todos ellos forman parte de Israel y no los pondremos bajo soberanía palestina", proclamó durante la campaña, en abierto desafío a las Naciones Unidas.

Claro que ¿qué importa desafiar de ese modo a la comunidad internacional si uno tiene el apoyo del país más poderoso del planeta, al que le trae también al pairo, como ha demostrado repetidamente, lo que puedan decidir tanto la ONU como la Corte Penal Internacional?

Sería en cualquier caso dar carta de naturaleza oficial a lo que es ya un hecho sobre el terreno: la insidiosa e ilegal anexión de tierras palestinas en la Cisjordania ocupada, lo que no puede sino llevar a un nuevo y tolerado apartheid.

Como ocurre con Donald Trump en Estados Unidos, Netanyahu no se ha cansado de denunciar a las élites, de las que ha dicho que "odian al pueblo", mientras acusa, como aquél, a la prensa de mentir sobre su persona y se proclama víctima de una "caza de brujas" de la izquierda.

Y como sucede también con el presidente norteamericano, no parece que las graves acusaciones de corrupción contra su persona hayan hecho mella en buena parte del electorado, a quien le importa más el estado general de la economía.

Como le importa más saber que el primer ministro parezca tener al presidente de EEUU en su bolsillo. Pues ¿cómo si no se explica que Trump reconociese Jerusalén como capital del país, aceptase la anexión de los altos del Golán o se descolgase unilateralmente del pacto nuclear con Irán?

En su política desafiante de toda la legalidad internacional, Netanyahu ha podido contar hasta ahora con las formaciones ultraortodoxas, que representan sólo un 12 por ciento del electorado, pero que venden muy caro su apoyo.

Con Netanyahu al frente, el partido Likud, que nació como una alianza de fuerzas liberales y nacionales se ha ido desprendiendo de su liberalismo para apoyarse casi exclusivamente en el movimiento de los colonos ultraortodoxos, que pertenecen a las capas más pobres del país y se destacan además por su racismo antiárabe. ¡Ése no es el Israel con el que soñaron algunos idealistas pioneros!

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