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Legitimar la inmundicia

Casado censura la última encuesta del CIS con la boca pequeña. Para ridiculizar el sondeo que otorga a Pedro Sánchez una horquilla entre 123 y 138 diputados y le sitúa a una paso de lograr la mayoría mano a mano con Pablo Iglesias, el líder del PP hace mofa de otros contendientes y suelta la inoportuna gracia de que «el PACMA [al que el instituto público coloca a las puertas de la Carrera de San Jerónimo] va a superar al PP». «¡Gracias Tezanos!», añade citando al director del Centro de Investigaciones Sociológicas. «Por fin haces un CIS de los que son creíbles». Y repudia el estudio con la boca pequeña a sabiendas de que el resultado de la demoscopia moviliza a los votantes de centroderecha y tiende una peligrosa sensación de triunfalismo entre el electorado socialista, que en previsión del éxtasis pudiera rehuir las urnas el 28 de abril. Y el escenario no está para muchas bromas. Casado sabe que el partido más votado de España, del que ahora es candidato a la Presidencia, hace aguas por estribor en beneficio no ya de Ciudadanos, sino de quienes defienden ideas rancias y ultramontanas con nombre de diccionario antiguo. Los votantes de Vox merecen todo el respeto porque participan del sistema democrático, pero no tanto sus ideas. Un día es la liberalización de la venta de armas, al siguiente «curar» la homosexualidad; anteayer era derogar la ley del aborto y la de violencia de género, y la tarde anterior levantar un muro con África a la manera de Trump; hace dos días era amenazar al mundo del cine y negar su carácter cultural y horas después regular el derecho de huelga, asfixiar a los sindicatos y rebajar la fiscalidad de las grandes fortunas. La democracia legitima, incluso, un discurso racista, clasista, homófobo y racista que parecía enterrado con Fuerza Nueva y permanecía oculto y disperso entre la derecha constitucional. Quienes defienden semejante ideario ya no tienen por qué esconderse porque hay unas siglas que lo representan. Ya pueden defender en voz alta lo que piensan sin salirse del sistema. Puede que la democracia sea el menos malo de los regímenes, pero, en sus defectos, es tan colosal que ha acabado, incluso, por legitimar la inmundicia. Y Casado y Rivera deberían ser los primeros en sacar los pies de semejante vertedero.

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