La retirada de las tropas norteamericanas del sector controlado por el gobierno de Trípoli deja el campo libre para una ofensiva final en toda regla al general Haftar que en breve plazo puede gobernar todo el territorio libio. La orden de Trump a sus tropas es la confirmación del cambio de aliados y el abandono de la estrategia de Naciones Unidas para conseguir un acuerdo de paz entre los dos gobiernos. Uno instalado en Tobruk, el del general Jalifa Haftar, y en Trípoli el de Fayez Serraj. La ofensiva del general contra la antigua capital de Libia, Trípoli, puede convertir la conferencia de conciliación este domingo en una firma de rendición.

El general Haftar que fuera ministro con el depuesto presidente libio, impondría una dictadura militar similar a la de Anuar el Gadafi, o a la del general al Sisi, en Egipto. Haftar controla el oeste de Libia desde 2014 y cuenta con el apoyo de Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. En 2017 tomó Bengasi, y se hizo con la industria petrolera del Golfo de Sidrá, que es la principal, expulsando y derrotando a las milicias islámicas. El año pasado lanzó otra ofensiva contra las ciudades del sur, controladas también por milicias próximas al Isis, y actualmente controla más de las dos terceras partes del territorio con un ejército unificado bien financiado y armado por sus aliados. Rusia y Francia apoyan el Ejército Nacional Libio (LNA) de Haftar que, sin duda, es el principal instrumento para terminar con el Isis no solo en Libia sino en Centroáfrica y el Sahel. El precio puede ser la instauración de otra dictadura en el país norteafricano.

El Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN) presidido por Fallet Servaj contaba con el apoyo de los Estados Unidos de Obama, y de la Unión Europea para llegar a un gobierno de unidad nacional, con la mediación de la misión de la ONU (UNSMIL). Tras la caída del régimen de Gadafi la intervención europea y norteamericana se quedó a medias tras el asesinato en Bengasi, del embajador norteamericano, en 2012, lo que dejó absolutamente descolocada a la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton. Incluso el español, Jose E. Serrano, exjefe de gabinete de Moncloa, intentó mediar entre los dos bloques y terminó tirando la toalla. El GAN cuenta con el apoyo irregular de distintas milicias armadas, algunas próximas a los islamistas radicales, y vinculadas al tráfico de inmigrantes subsaharianos hacia el Mediterráneo. El gobierno italiano actual negoció con ellos para parar la salida de migrantes hacia Italia.

El propio secretario general de la ONU Antonio Guterres ha estado estos días allí y se ha entrevistado con los dos presidentes. Incluso su enviado especial, Ghassopn Salame, había concertado y convocado para el día 14, esta semana, una conferencia por la reconciliación. Al paso que va la ofensiva actual será más una conferencia para la rendición y unificación. En cualquier caso, como en Egipto, eliminará cualquier presencia del radicalismo islámico y, por supuesto, del Isis. Se vence al radicalismo ocultándolo en sendas dictaduras que aplazan el problema, como vemos en Argelia.

En Libia, Yemen, Líbano, Palestina y en Siria aparecen como aliadas Arabia Saudí, Emiratos Árabes o Egipto que intentan mantener o reconstruir sistemas autoritarios con el respaldo de los Estados Unidos de Donald Trump -e Israel- y lejos de una política multilateral de Obama y de Naciones Unidas. Tanto Rusia como Francia e Irán y en menor medida Turquía defienden sus intereses estratégicos -lo de Salvini es de chiste- pero la Unión Europea desgraciadamente carece de protagonismo más allá de lo que podríamos llamar el «buenismo» internacional.

Ahora el problema no es Libia, es todo el Mediterráneo africano, porque el mayor país del continente que es Argelia, está también en el fiel de la balanza. Los islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS) ganaron ya unas elecciones en 1992 lo que acarreó la intervención del ejército con Buteflika al frente y una larga guerra civil y dictadura. La revuelta actual puede terminar en unas elecciones democráticas o asumiendo el mando el general Gaid Salah, hombre fuerte y jefe del Ejército, es quien ha obligado a Abdelaziz Buteflika a dimitir. La situación acarrea inestabilidad tanto en Marruecos cómo en Túnez, los únicos a los que ha llegado algo de la primavera árabe, incluso podría dinamitar las verdes negociaciones sobre el Sáhara. Trump se siente liberado del fiscal Mueller, y vuelve a coger carrerilla.