Hemos sabido que el Obispado de Alcalá, presidido por el señor Reig Pla, celebra terapias que pretenden cambiar la orientación sexual de las personas. Algunas de ellas, menores de edad, son incluso llevadas por sus padres, convencidos de que en sus instalaciones sus hijos e hijas van a dejar de ser gais o lesbianas. El Consejo General de Psicología de España califica estas sesiones como «anticientíficas, peligrosas y que dejan secuelas de por vida». Probablemente, las personas que acuden acaban desarrollando una aversión insoportable hacia sí mismas.

No conocemos el número de víctimas que han acudido a estas sesiones, pero sí que sabemos que algunas se han visto obligadas a asistir durante años. Otras, probablemente, hayan acabado quitándose la vida, al enfrentarse a la situación diaria de auto rechazo, en base a unas creencias religiosas radicales, fundamentalistas e integristas. Que imaginen las personas heterosexuales lo que tiene que ser que, desde el momento en el que muestran atracción por personas del sexo contrario, es decir la adolescencia, un «pseudoterapeuta» se dedicara a criminalizar, penalizar y pretender modificar su orientación. Imaginaros el infierno que eso es para un niño en pleno desarrollo físico, moral y psicológico.La homosexualidad no es considerada una enfermedad desde el año 1995. Su inclusión en el catálogo de enfermedades mentales era producto de una visión discriminatoria y homófoba de la diversidad sexual que, por influencia de la Iglesia en la medicina, consolidó «tratamientos curativos» para las personas gais y lesbianas. Estos consistían en la realización de sesiones de electrochoque, lobotomías o contraestimulación sensorial. El sistema de discriminación de las orientaciones e identidades diversas se completaba en el plano legal con la consideración de delito la homosexualidad (en España se aplicaba la Ley de Peligrosidad Social) y como pecado en el plano de la moral católica. La homosexualidad no es una enfermedad. Lo enfermizo es la homofobia, es decir, el odio y el rechazo a las personas por su orientación sexual. No hay ninguna excusa para discriminar a los demás por ser como son. No hay excusa para someter a los menores a un adoctrinamiento religioso tal que acaben rechazándose a sí mismos, con el enorme sufrimiento que eso supone. Porque eso te puede truncar la vida. Porque es fundamentalista, irracional y bestial. Y, sencillamente, porque los que tienen que acudir a terapia son los homófobos. Esos son los únicos enfermos: de odio.