Cuando el 25 de junio de 1941 el ministro español de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, lanzó a modo de sentencia inapelable el grito de «Rusia es culpable», el ejército alemán de Hitler ya había puesto en marcha la operación Barbarroja (en honor a Federico I Barbarroja, héroe nacional alemán) invadiendo la Unión Soviética a las tres de la mañana del 21 de junio de 1941, en plena Segunda Guerra Mundial. Ese grito apocalíptico pronunciado por el «cuñadísimo» fue el banderín de enganche de la que sería la 250ª División de Infantería de la Wehrmacht, llamada División Azul (Die Blaue División Spanische). No pretendo que ustedes dos hagan un ejercicio de memoria sobre la frase de Serrano Suñer, ni que deban leer la batalla de Krasny Bor, en la que 5.000 españoles hicieron frente a más de 45.000 soldados soviéticos con temperaturas de hasta 45 grados bajo cero, consiguiendo mantener la posición. Ni tampoco es este lugar adecuado para un análisis desapasionado de aquellos acontecimientos. Solo tomo prestada la frase que ilustra el artículo porque me sirve de recordatorio para ciertos hechos que, referidos a España y la culpabilidad histórica, han tomado cuerpo estas semanas.

El presidente de México, el señorito criollo López Obrador (apellidos inequívocamente indígenas), enviaba una carta al Rey Felipe VI exigiendo de España disculpas por la Conquista de México, epopeya histórica que ocurrió hace 500 años. Por si no recuerdan lo que significa el término criollo le diré que se refiere a los descendientes europeos, blancos, nacidos en el continente americano. Pues bien, este señorito criollo, el presidente López (de los López y López de toda la vida), es un izquierdista-populista, indigenista sobrevenido, y el único que junto al democrático régimen cubano y sus sátrapas dirigentes no ha condenado el régimen sanguinario del zar Nicolás... Maduro. Una vez más, alimentando nuestra inveterada e inventada «leyenda negra», España es culpable. ¿Culpable de qué? Pues de haber colaborado junto a varios pueblos indígenas a combatir a los supremacistas del Imperio Azteca, los mexicas, aquellos que sacrificaban seres humanos arrancándoles en vivo el corazón para aplacar la ira de sus dioses. No se arrancaban el corazón ellos, los aztecas, no, arrancaban el de los pueblos que tenían esclavizados. A súper López se le olvidó exigir a los políticos criollos mexicanos, incluido él mismo, que pidan perdón a los pueblos indígenas que han sido y siguen siendo maltratados por una corrupta casta política criolla que gobierna desde hace 200 años ese malogrado y fallido país, uno de cuyos mayores méritos consiste en batir su récord de asesinatos: más de 30.000 en un año, uno cada 15 minutos. Sin embargo, para el López y López de toda la vida, el indígena señorito criollo, España es culpable.

Estos días también, aprovechando el buenismo multicultural que nos arrasa febrilmente, la Mezquita Ishbila de Sevilla, Andalucía, España, exigía al Rey Felipe VI que pidiera perdón por la Reconquista; por las vilezas, expoliaciones, destierros y asesinatos llevados a cabo por órdenes de los Reyes Católicos. Y alimentando el mantra del «aquí cabemos todos y todas», tan caro a la progresía de salón, exigen además la nacionalidad española para todos los descendientes de Al-Ándalus. Convendría recordarle a la Mezquita que tanto exige, que en España viven hoy más de dos millones de musulmanes. Y siendo un dogma tautológico que en los países islámicos se vive mucho mejor que en la decadente e infiel España, no se alcanza a entender esta exigencia de nacionalidad. Ya ven, de nuevo España culpable. ¿Culpable de qué? Pues de haberle ganado la Reconquista a unos pueblos que sin pedir permiso conquistaron Hispania saqueándola a sangre y fuego. No se crean tampoco el mantra del izquierdismo multicultural que nos sigue vendiendo esa dominación árabe como una Arcadia feliz. Ningún historiador serio oculta hoy que esa Arcadia estuvo plagada de matanzas, expulsiones y sometimiento a los preceptos coránicos, que afectaron sobre todo a la mujer. Por cierto, dichos preceptos siguen afectando hoy a las mujeres, 1.300 años más tarde. (Esta semana, el Sultán de Brunei pedía reforzar las enseñanzas islámicas con una legislación basada en la «Sharia», castigando la homosexualidad y el adulterio con la lapidación, y los robos con la mutilación de manos o pies).

Y para rematar el axioma de la España culpable, el Papa argentino Bergoglio se puso a llorar cuando vio las concertinas de Ceuta y Melilla (las lágrimas de Bergoglio deben haberle ocultado el bunker impenetrable, los altísimos muros que rodean la fortaleza del Vaticano por si algún inmigrante se le ocurre saltarlo y pedir la nacionalidad vaticana). España es culpable. Por eso dice Bergoglio que vendrá a visitarnos solo cuando en España, «haya paz? si primero ustedes se ponen de acuerdo. ¿Qué paz, Bergoglio? ¿La misma paz que hay en Cuba, la del exilio o la persecución?; ¿en Emiratos Árabes Unidos, donde existe la pena de muerte para los homosexuales?; ¿en Uganda o Marruecos, que castigan la homosexualidad con años de cárcel?; ¿en Turquía, donde más de 120 periodistas están en prisión?; ¿en Kenia, donde la policía dispersó a la oposición causando decenas de muertos?; ¿en Egipto, en República Centroafricana? Esos países que sí visitó Bergoglio sin ningún tipo de aversión son paradigma de paz y conciliación entre sus ciudadanos. Y además se ponen de acuerdo, porque el que no lo está, está en la cárcel o muerto. ¿España culpable?