El cambio climático (CC) está recibiendo cada vez mayor atención de los medios de comunicación, los ciudadanos y de los responsables políticos y la administración. Ello se traduce en un incremento en las llamadas de atención y las reclamaciones ciudadanas y no resulta sorprendente la participación de jóvenes para que se tomen medidas de forma rápida y eficaz. Puesto que ya desde hace más de 30 años se viene expresando desde el mundo científico y organizaciones internacionales la necesidad de emprender estos nuevos caminos en la actividad social, económica y de regulación de la población, el aumento del interés por las consecuencias del CC puede reflejar un convencimiento de un mayor número de personas en todos los países. Mucha de la información que llega a los ciudadanos proviene de organizaciones multinacionales como el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) o la Organización Meteorológica Mundial (WMO en sus siglas en inglés) con informes, comunicados a los países, y su participación como informadores en reuniones internacionales como las que produjeron, como resultado, el Protocolo de Kioto (1997) o el más reciente Acuerdo de París (2015). Siendo muchas de las proyecciones sobre los cambios del clima relativamente similares a las que ya se emitieron en los años 90 del siglo pasado, en el primer y segundo IPCC

¿Qué motiva la atención reciente sobre este problema? La razón principal que, en mi opinión, sustenta este cambio en la opinión pública es el tiempo transcurrido desde que los primeros informes vieron la luz y tuvieron difusión. Durante estas décadas se han prolongado las series de datos y se han ampliado sus objetivos. Las series de datos se han analizado con mucho más detalle, aumentando nuestro conocimiento sobre el calentamiento y sus causas. Además, durante todo este periodo, los nuevos datos anuales que se han añadido se corresponden con años en los que se ha producido un incremento notable de la temperatura de la Tierra, y también en la concentración de gases de efecto invernadero (GEI). Tanto los análisis más detallados y completos del CC, que ya está teniendo lugar, y sobre las consecuencias que genera, lo hace más reconocible para los ciudadanos que hace pocas décadas. Durante las décadas transcurridas la humanidad ha perdido un tiempo precioso para mitigar el cambio (reducir su intensidad y rapidez).

Pongamos algunos números: los últimos cuatro años han sido los más cálidos de la atmósfera superficial del planeta desde que existe registro (1880) y la media de la temperatura entre 2014- 2018 ha sido de 1,04°C por encima de la preindustrial. Recuerdo que en el acuerdo de París se propone no superar los 2°C y a ser posible no llegar a 1,5°C (extraído del reciente Special Report on Global Warming of 1.5°C del IPCC). Dado que existe relación entre la concentración de GEI en la atmósfera y el incremento de la temperatura, nos interesa conocer su comportamiento de forma detallada, ya que además es uno de los aspectos sobre los que se centran las propuestas para controlar el aumento de la temperatura. La concentración media global de CO2 del mes de diciembre de 2018 fue de 409,36 ppm (partes por millón en la atmósfera, según datos de la National Oceanic and Atmospheric Administration de Estados Unidos, NOAA), cuando en la época preindustrial era de 300 ppm. Tres de los cuatro años en los que más creció la concentración de GEI en la atmósfera se han dado en los últimos cuatro años, y el 2018 es el tercero (un incremento anual de 2,82 ppm, datos de la NOAA). Estos datos sencillos demuestran que los acuerdos internacionales no están dando los resultados apetecidos. Conviene resaltar que los cambios señalados han sido acompañados por cambios en múltiples variables del clima en todo el mundo: pérdida de hielo marino y continental, subida del nivel del mar, incremento de eventos climáticos extremos y de cambios en la distribución y en la actividad de muchas especies en casi todos los ecosistemas del mundo, terrestres y acuáticos. Las proyecciones de los cambios del clima global en el futuro que, repito, no difieren mucho de las que se hicieron en la década de los 90, no calaban en la sociedad. Estas primeras proyecciones no estaban desencaminadas en sus aspectos generales, y el tiempo transcurrido ha permitido comprobar la fiabilidad de muchas de ellas.

Admitir que cambiábamos la Tierra era más difícil de aceptar que en la actualidad. La baja percepción de los cambios limitaba la capacidad de aceptación sobre lo que la gran mayoría de la comunidad científica ya estaba constatando. En contra de la idea de que las proyecciones eran alarmistas, la realidad ha mostrado que la ruta seguida se asemeja a la de los peores escenarios de emisión de GEI y de cambio de temperatura. Otras proyecciones, como la de la subida del nivel del mar, se han mostrado muy conservadoras y han sido superadas por la realidad de lo ocurrido en estos años. Han pasado unas décadas en las que hemos aprendido mucho y hemos hecho visibles y notorios los cambios, pero también hemos perdido unos años preciosos para que las medidas de mitigación y adaptación fueran menos gravosas. Se han publicado artículos científicos que han estimado cual debería ser la magnitud de la descarbonización mundial para cumplir el Acuerdo de París y controlar el CC en límites aceptables. Las conclusiones no pueden ser más severas. A modo de ejemplo, Rökstrom y colegas concluyeron en 2017 que el esfuerzo de la reducción debería ser hercúleo en la próxima década (2020-2030) y que resultará vital para lograr el objetivo fijado. El escenario de la "ley del carbono" que consideran necesario implementar exigiría en cada una de las tres próximas décadas reducir a la mitad las emisiones de GEI, empezando por estabilizar sus emisiones en 2020. En esta primera década, 2020-2030, supondría reducir la emisión mundial de 40 gigatoneladas (Gt) de CO2/año (emisión actual) a 20 (en 2030). El esfuerzo en las dos siguientes décadas sería menor, ya que la emisión debería disminuir en 2040 a 10 Gt CO2/año y a 5 Gt CO2/año en 2050. Además, para estabilizar las temperaturas globales tendrían que desarrollarse sumideros de carbono: ingeniería de captura y almacenamiento de CO2, cambios de uso del suelo y fomento de sumideros naturales sostenidos. Queda claro por el enunciado de esta ley del carbono que entraremos en una década clave en la que muy posiblemente nos juguemos el futuro climático de la Tierra.

Nos encontramos pues ante años decisivos en los que la humanidad, o bien logra un futuro más o menos confortable y estabilizado o, por el contrario, lleva el clima a condiciones desfavorables para la actividad humana. Si ante la situación actual con cambios respecto a la situación preindustrial ya se plantean retos importantes, en un mundo futuro, con una población humana en rápido incremento (cuando escribo estas líneas los modelos demográficos indican una población humana de 7.680 millones de personas y 80 millones más cada año) y con cambios rápidos en el planeta, la situación puede resultar catastrófica. No es extraño que los jóvenes reclamen responsabilidades a los dirigentes actuales y a los mayores que hemos participado en la gestión de los cambios. Es un acto de responsabilidad y de justicia entre generaciones asumir los costes de las transformaciones que se deben emprender. También debe serlo un reparto de cargas balanceado entre grupos de población o territorios y evitando agravios comparativos entre los mismos: si las cargas no están repartidas será difícil que se puedan implementar las medidas necesarias, bien sea entre países o dentro de cada país. Las perspectivas actuales no me parecen halagüeñas, las reticencias o la falta de compromiso de algunos dirigentes y las discusiones entre grupos sociales y sectores económicos está haciendo difícil que se puedan plantear estrategias aceptables para la mayoría de la población mundial. Tampoco están claras las expectativas de las tecnologías que pueden contribuir a la mitigación del cambio. A pesar de todos estos problemas, debemos emprender de forma rápida medidas de mitigación, medidas impulsadas por las administraciones y por las empresas y grupos económicos (agricultora, pesca, minería, etc.) y desde luego prepararnos adaptativamente a las nuevas condiciones que se generarán sin duda en el futuro. Los ciudadanos debemos formarnos en este campo y desde el conocimiento apoyar, sostener y contribuir en la parte que nos corresponda. Es arduo el camino que debemos recorrer, pero cada retraso supondrá un esfuerzo cada vez mayor y menos posibilidad de estabilizar las condiciones climáticas en unos valores satisfactorios. Tenemos poco tiempo para dar una respuesta eficaz y valerosa, y debemos enfrentarnos a este gran reto con decisión y coraje.