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El arte de los perversos

Un documental sobre Michael Jackson recupera el debate sobre cómo afecta la vida del artista a la obra

Otro juicio retroactivo desata de nuevo la polémica. El documental Leaving Neverland (HBO) recoge el relato de dos presuntas víctimas sobre cómo, siendo niños, sufrieron abusos por parte de Michael Jackson. Ambos testimonios descienden tanto al detalle de las prácticas sexuales que provocan la náusea. Quien vea la película jamás volverá a disfrutar de una canción de Jackson sin que se le vengan a la mente las imágenes -tan explícitas que acaban siendo pornográficas- de quienes acusan al cantante. Las consecuencias han sido inmediatas. El diario británico The Guardian ha hecho una encuesta entre varios periodistas musicales, quienes en su gran mayoría vaticinan que la película obligará a reconsiderar el valor de la música de Jackson. Han dejado de emitir sus canciones cadenas de radio de todo el mundo, principalmente de Canadá y Nueva Zelanda, países de los que proceden los niños que presuntamente sufrieron abusos. Los Simpson ya han retirado el capítulo de la serie dedicado a Jackson. ¿Qué será lo próximo? ¿Prohibir Thriller, Bad o Billie Jean? ¿Cambiarnos a estas alturas la banda sonora de nuestras vidas? De poco ha valido que la familia Jackson haya negado categóricamente las acusaciones. Que saliera a la luz que los dos denunciantes cambiaron su versión para el documental después de que en 2005 declararan bajo juramente que nada de lo denunciado había ocurrido. Viendo la película, lo que resulta muy reprobable -y nadie lo reprueba es la conducta irresponsable de unos padres que, cegados por el ansia de fama, entregaron a sus hijos, cual sacrificio ritual, a la orgía del degenerado mundo del espectáculo. Y luego miraron para otro lado hasta que este documental les ha ofrecido la oportunidad de recuperar celebridad. Pero ya nada es lo mismo. Ya no podemos ver las películas de Kevin Specey (L.A. Confidential, Pulp Fiction), sin pensar en sus abusos. Cada vez que en los créditos aparece "Una producción de Harvey Winstein", se nos quitan las ganas de seguir viendo la película, aunque sea El indomable Will Hunting o Pulp Fiction. Incluso ya no somos capaces de sonreír, sin sentirnos culpables, con Annie Hall o Manhattan. Menos mal que ahí está para protegernos la todopoderosa Amazon, quien ya aplica su justicia particular y priva al público de la última película del perverso Woody Allen: A Rainy Day in New York. O la acaparadora Netflix, que se está planteando retirar de su plataforma los trabajos de Spacey y Winstein. Quizá la distancia lo vuelva a poner todo en su sitio. Hoy ya admiramos con cierta tranquilidad las imágenes de la fotógrafa de Hitler, Leni Riefensthal. No dejamos de alabar la obra de Picasso porque se escondiera en París durante la ocupación nazi, maltratara a las mujeres o abusara de menores. Ni el arte de Leonardo, quien participó en una violación múltiple -cual manada- de un joven prostituto. Reflexionaba José Antonio Marina en el suplemento El Cultural sobre cómo el arte no tiene que ver solo con conocimiento, sino con valores y se preguntaba si una persona miserable puede representar lo sublime. Recordaba, a propósito, el caso de Bill Clinton y cómo la sociedad norteamericana había llegado a la conclusión de que se puede, a la vez, ser un inmoral en la vida privada y un gran presidente. Michael Jackson probablemente no encarne los mejores valores, pero de lo que no debiéramos dudar es que, pese a todo, sus canciones son hermosas.

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