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La andanada

Elogio y refutación de la paradoja

Así es, aunque suene extraño. Vivimos en una constante paradoja vital, en una contradicción continua de difícil equilibrio. En todos los ámbitos de la vida, oiga. Que nos creíamos libres del virus de la ultraderecha tras 40 años de dictadura fascista, y miren cómo andamos ahora con ese partido cuyo proyecto político se basa en lucir pectorales, hablar de valientes y cobardes y reivindicar armas para todo el mundo. Y con militares ya retirados en las listas, herederos de aquello, que vienen, en palabras del megalíder Santiago Abascal, «porque alguien tendrá que poner orden en el congreso». Militares de pelo en pecho con armas poniendo orden en el congreso. Sí, como lo leen. Y el «¡viva España!» como único eslogan. Este país, aletargado en sus logros democráticos inalterables, volviendo a luchar por lo que parecía que ya teníamos. Cobra sentido más que nunca el famoso y pionero microrrelato de Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».

Y para paradojas, también las taurinas. Como la vuelta de Manzanares en Castellón el viernes, con el mejor astado de la tarde al que cortó una oreja en faena voluntariosa, mecánica y desapegada. Y, en otro tono, la feria de San Isidro. O más concretamente, el empresario Simón Casas. Yo ya me he declarado ferviente admirador de su estentórea contradicción constante, mezcla de una verborrea pletórica nunca avalada por unos hechos decepcionantes. Y entre tanto dicho y hecho, algún hito importante. Como personaje, Simón no tiene precio. Se le quiere por su antítesis constante, y porque odiar cuesta más esfuerzo. Tan pronto dobla la oferta económica de un pliego (pongamos Madrid, o Alicante) como pone el grito en el cielo porque las administraciones exigen mucho (?). A la genial idea del bombo del pasado otoño que le llenó las taquillas sin figuras (salvo Talavante) le ha seguido un pseudobombo selectivo vendido como revolución empresarial y cuyo único aliciente era afrentar a las figuras y sus apoderados ( Juli con Lozano, Manzanares y Morante con Matilla), a quienes acusaba de mantener cachés insostenibles para la fiesta. Aquello de que no generan en taquilla lo que exigen, cuando ha sido el propio empresario galo quien los ha disparado. Es un arte de birlibirloque constante. Y todo para, al final, tener que someterse a la muleta/billete de El Juli y mostrarlo como principal aliciente. ¿Es o no todo una contradicción? ¿Y no les fascina?

Eso sí, como romántico existencialista que se define, no se arredra ante casi nadie y cede a enfrentarse a varios incisivos periodistas en un estudio de radio. Más que interesante incursión de Rubén Amón, por cierto, como conductor de un espacio de aires nuevos, diferentes a lo que ya había. Un periodista brillante que no necesita bajar a la arena taurina para ganarse las lentejas y que, sin embargo, ha saltado al ruedo de las ondas. Y el productor francés que se mete en esa jaula con varios leones dispuesto a defender su feria de las contradicciones, a pecho descubierto. Lo mismo llamando gilipollas a los aficionados que escriben en las redes sociales que plegándose al Juli como salvador de su feria, asumiendo así un fracaso inapelable de su apuesta de bombo en un serial larguísimo, tan mediocre en las ternas como interesante en lo ganadero. Habrá que ver cómo responde en el futuro Roca Rey, aval máximo del sorteo, ausente en la gala de presentación isidril ante la usurpación juliana. Inigualable Simón...

Y como última paradoja de estos días, la enésima anunciada vuelta de José Tomás. Aquellos que se desgañitan por la defensa de la pureza de la fiesta y su integridad, se desesperan por la posibilidad de quedarse sin entrada para ese 22 de junio pascual y profético que se anuncia en Granada con cuatro toros a modo y ante la «enconada competencia» del rejoneador Sergio Galán. El milagro tomasista, único en su propio absurdo de ser el torero más caro y más rentable a la vez. Los discrepantes del tomasismo mesiánico, los herejes de tan divina y lucrativa visión, habremos de volver a aguantar estoicamente el renovado interés disparado (y disparatado) por un torero que multiplica su valor más por sus ausencias que por sus presencias. ¿Es o no es esta vida un barullo incomprensible de paradojas?

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