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Divisionitis

Es la enfermedad infantil de la izquierda: una tendencia irrefrenable al suicidio político. La izquierda se fractura en cuatro listas en Madrid", titulaba el otro día un diario de la capital su información sobre la decisión de presentarse por separado otros tantos grupos políticos.

Se entiende que la izquierda tradicional, la socialista, se presente a las urnas por su cuenta porque es mucho en lo que divergen de esa que los medios conservadores, los mismos que califican tranquilamente al PP de Casado de "centroderecha", llaman "izquierda radical".

Pero que el partido que lidera Pablo Iglesias se haya roto en tres en la capital - la que sigue fiel a Podemos, la del tránsfuga Íñigo Errejón y la de la Izquierda Unida madrileña y los anticapitalistas- que las papeletas de muchos votantes vayan a ir así a la alcantarilla, es algo difícil de entender.

Los ciudadanos, al menos los que todavía esperan algo de la política, y no los que presumen de puros y dicen no querer, votando, hacerle el juego al sistema, están hartos de tanta frivolidad, de tantos personalismos disfrazados de peleas ideológicas.

Porque ven que en el otro lado, la derecha sí sabe dónde están sus intereses, y aunque ahora parezca dividida, al final terminará pactando, aunque sea con la ultraderecha de Vox, como hizo ya en Andalucía y no durará en hacer tras las próximas elecciones.

Da igual que ahora sus tres líderes- Casado, Rivera y Abascal- pugnen entre sí como machos alfa para demostrar quién tiene más de lo que hace falta para darles una lección que no olvidarán a los "golpistas" catalanes.

Y ya puede Pedro Sánchez prometer un programa de reformas sociales para intentar revertir la desigualdad, erradicar la pobreza infantil, mejorar el sistema de pensiones y corregir los efectos más perniciosos de la actual fiscalidad.

Da igual que proponga eliminar los copagos farmacéuticos, que se comprometa a instituir el "ingreso mínimo vital", que ofrezca regular la eutanasia y establecer un impuesto al diesel que ayude en la lucha contra el cambio climático.

Esas propuestas y otras que llevan los socialistas en su programa sólo podrán llevarlas a cabo si es capaz de movilizar suficientemente al electorado femenino, el menos influenciable por la testosterona de la derecha de las banderas, a los millones de pensionistas, pero también a los jóvenes.

¿Le ayudarán, por otro lado, a seguir en La Moncloa tanto el sector más moderado de los independentistas catalanes, que también existe aunque haya tratado de laminarlo el fugitivo de Waterloo, como los grupos a su izquierda que consigan, pese a sus divisiones, entrar en el Parlamento?

Todo apunta a una fuga de votos de estos últimos partidos hacia el PSOE. ¿Darán los números entre unos y otros? ¿O veremos, aun en caso de clara ventaja, aunque insuficiente, de Sánchez, ese pacto entre socialistas y Ciudadanos que con tanta vehemencia rechaza ahora Albert Rivera, pero que tanto parece gustar al centro?

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