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Odio en lugar de argumentos

Muchos de los discursos que nos toca escuchar día tras día en esta precampaña de labios del tripartido de la derecha y extrema derecha destilan odio en lugar de ofrecerles a los votantes argumentos.

Para el trío de la madrileña plaza de Colón, todo vale con tal de conseguir votos, incluidas las acusaciones más disparatadas contra un adversario al que acusan una y otra vez, sin poder demostrarlo, de haber abandonado el constitucionalismo.

Aseguran los dos partidos que se autocalifican de liberales o de centroderecha que nunca pactarán con el PSOE de Pedro Sánchez como si éste fuese el diablo en persona.

Y, sin embargo, no es en absoluto disparatado pensar que, llegado el caso, el "apestado" Sánchez preferiría gobernar España con Ciudadanos antes que con los independentistas catalanes y con Podemos.

La derecha empresarial y mediática, incluido algún diario madrileño que presume de centro-izquierda, ya está además presionando en ese sentido, y sus intereses son muy poderosos.

Pero no importa: lo que cuenta es despellejar a la izquierda, infundir miedo, y la mejor arma es seguir hablando del desafío al Estado central por Cataluña y de los malditos lazos amarillos.

Hay que reconocer que el fugado de Waterloo y su marioneta de la plaça de San Jordi se lo están poniendo fácil: cuanto peor, mejor para todos. Unos y otros se necesitan y retroalimentan.

La solución al problema catalán sólo se arreglará con mano dura, que es lo único que entienden allí, dicen unos; la España de los Borbones, la que "nos roba", sólo sabe reprimir, replican los otros.

Dialogar con los separatistas es "anatema" para los primeros, e incluso visitar a los políticos en prisión preventiva desde hace ya más de un año es un acto de alta traición: a los "golpistas", ni agua, es la consigna.

No ha terminado aún el juicio, un juicio que parece interesar a muy pocos fuera de los medios y de Cataluña, y la derecha y sus corifeos mediáticos cuentan ya con su condena y aseguran una amnistía de los socialistas si Sánchez gana las elecciones.

Hay que pararle como sea, impedir un nuevo Gobierno suyo con el apoyo de los independentistas, los "comunistas bolivarianos" de Podemos y los "batasunos", como no deja de repetir el PP de Pablo Casado. ¡Ni Goebbels podría hacerlo mejor!.

Cuando acude a algún programa de TV, como hizo el otro día, Casado se pone provisionalmente la piel de cordero y justifica con amplia sonrisa los exabruptos que algunos le critican por el acaloramiento propio de la campaña.

Y ¿qué decir, por otro lado, de Ciudadanos, que juega a su vez a una calculada ambigüedad, en lugar de distanciarse, sin lugar a equívocos, de Vox, ese partido de generales nostálgicos del franquismo, cazadores y anti-abortistas?

El partido de Albert Rivera parece haber dejado atrás el centrismo con que, al menos en sus comienzos, sedujo a muchos, incluida gente desencantada de izquierda, y ahora parece que sólo sabe envolverse en la bandera.

¿Es eso acaso lo que interesa a los votantes? ¿No tienen éstos más preocupación que Cataluña? ¿Qué hay de la lucha contra el paro, del deterioro de los servicios públicos, de una fiscalidad generadora de desigualdad, de las pensiones que no permiten llegar a fin de mes?

¿Qué hay de la emigración de tantos universitarios a los que hemos formado con el dinero de todos porque no encuentran aquí trabajo? ¿Qué hay de la nueva Europa que queremos: una Europa de los ciudadanos y no de los bancos? Y ¿qué de las medidas cada vez más urgentes contra el cambio climático que reclaman los jóvenes?

Me escribe un amigo diplomático que el problema de Cataluña es el principal que tiene planteado el país. Seguramente tiene razón, pero toca resolverlo a los políticos mediante el diálogo. Nunca se conseguirá convirtiéndolo en tema monotemático de la campaña, sembrando odio sólo para conseguir votos.

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