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El mejor de los mundos posibles

Quienes peinamos canas disfrutamos de algunas ventajas. Aunque no muchas. Entre las más importantes, estaría la experiencia, que es como la sabiduría que nos otorga el propio vivir, los conocimientos que se adquieren con la práctica, la observación de que la repetición de determinados hechos suele producir parecidos resultados. Por eso la costumbre consentida es una de las fuentes del derecho igual que sus principios generales, la ley y la jurisprudencia.

Consideremos, los veteranos supervivientes del lugar, nacidos por ejemplo en la terrorífica década de los años treinta del pasado siglo, la áspera realidad de aquel tiempo: injusticias sociales, persecuciones, holocaustos, nuestra contienda civil, guerras aquí y allá, millones de muertos -que se dice pronto- y alucinantes destrucciones en dos guerras mundiales.

No nos es moralmente aceptable olvidar tan colosales disparates del reciente acontecer y en el mundo occidental que hicieron del siglo veinte el más violento y mortífero de la historia mundial. Sin embargo, existe una especie de máxima propuesta por algunos tratadistas que, no sin algún cinismo, reza así: las guerras son un desastre para los individuos pero una bendición para los pueblos. ¿Por qué?

Pues porque han espoleado el ingenio humano ante los enfrentamientos, singularmente en las edades moderna y contemporánea, con los avances científicos y las crecientes posibilidades tecnológicas. Las bombas volantes de von Braun están en el origen de los cohetes espaciales y los misiles, por ejemplo. El radar , el sonar y las tecnologías de detección a distancia fueron desarrolladas para la guerra en el mar. Y por ahí seguido.

Pero el escribidor quería llegar un poco más allá del más acá. Todo eso y mucho más, como la informática y los teléfonos celulares, es el resultado de los avances exponenciales que en progresión geométrica se han instalado como normales en nuestra vida cotidiana desde no hace muchos años.

Quienes somos más sensibles a los descubrimientos que hacen más fácil la vida supongo que somos, como quien dice por definición, los que en la infancia y juventud hemos vivido como en otro mundo. Aquel en el que, por ejemplo, aún eran incipientes y casi experimentales la radio, el teléfono, el gramófono, el cine, el automóvil, la aviación, el antibiótico o la seguridad social. Aquel mundo que de algún modo preludiaba éste pero a mucha distancia.

Adonde quiero llegar es a la consideración de que en el Occidente civilizado, y singularmente en Europa, y no digamos en España, vivimos en el mejor de los mundos posibles? Y parece que estuviéramos empeñados en echar abajo nuestro modo de vida con una serie de conflictos artificiales.

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