Mónica, la profesora de mi pitufa de 7 años, nos dijo a los padres a principios de curso, recién entrados en Primaria, que podíamos venir a hacer talleres a clase siempre que quisiéramos. Además, organizó unas tertulias de modo que cada dos semanas vamos algunos progenitores a comentar con los pequeños los capítulos de un libro que hemos leído antes en casa. Contemplar cómo se comportan tus hijos en clase es un bofetón de realidad: uno que se levanta de pronto y se pone a dar vueltas, otro que se tira al suelo porque sí, el de la otra punta que pide permiso para ir al baño con insistencia rayan en la impertinencia, el de al lado que levanta la mano mientras dice «yo yo yo yo»,...
Otro momento cumbre es la primera reunión, cuando la profesora, con tacto pero con firmeza, explica sus dificultades ante los comportamientos de los pequeños y aconseja reforzar la educación en casa, mientras unos padres miramos hacia abajo medio avergonzados pensando «que no se refiera a mi hija», otros no se dan por aludidos y los menos, simplemente, ponen el grito en el cielo.
Viene esto a cuento de la noticia publicada ayer por mi compañera Victoria, en la que cuenta que la indisciplina de los estudiantes de instituto ha llevado a los centros a tomar medidas «drásticas» como prohibir ir al aseo, que se tumben en el suelo, empujen a sus compañeros o se comuniquen a gritos. Por lo que explican los centros, los cinco minutos de margen entre clase y clase son como una guerra de guerrillas, algo parecido a las sesiones de control al Gobierno de Pedro Sánchez, y los corrillos de toda la vida ya no tienen cabida en los pasillos.
¿Son mi hija y sus amiguit@s los futuros alumn@s indisciplinados a los que imponer esas normas? Quiero pensar que no. La educación y los valores son fundamentales, no podemos dejar todo el peso en manos de los profesores. Ellos son una parte fundamental, pero los padres y madres tenemos nuestra responsabilidad. Educación y valores, tan importantes y tan minusvalorados por muchos. Así nos va.
