Para Lola, para esa madre, ese padre que aún no se atreve a nombrarlo.

Se han fijado, sólo nos preocupa aquello que nos afecta. Ni existe lo que no se nombra, ni solemos nombrar aquello que carece de explicación racional. La conocí en Valencia, no recuerdo muy bien cómo, fue un encuentro ¿fortuito?, tal vez. El hecho es que aquella noche conocí a una «madre sin hija» que me invitaba a la presentación de su novela, dedicada justamente a la ausencia. Estaba frente a una mujer serena e ilusionada con la presentación de un libro, difícil de escribir y que había supuesto un proceso reparador frente a la pérdida inasumible e insoportable de quienes se quedan. La escuchaba mientras tomábamos un vino, pero el líquido se me atragantaba mientras pensaba desde mi posición seguramente privilegiada. Yo, lamentando mis pérdidas, estaba frente a una pérdida de las de verdad, de las que te dejan una cicatriz imposible de borrar.

Perder a un ser querido es una experiencia terrible, pero si ese ser es un hijo o una hija la dureza es impensable. Estamos preparados para perder a nuestros padres, nunca a nuestros hijos. Estaba hablando con una madre «huérfana de hija» que ha querido compartir el desgarro que le ha deparado la vida. Lola López, Dolors López Alarcón, ha sido valiente y ha escrito una novela, Te nombro, que cuenta el proceso del duelo; no hay morbo ni victimismo, sólo un torrente de sentimientos brota como lágrimas del corazón de una madre. Ella invita a otros padres y madres a compartir ese dolor y esa ausencia y les invita a superar la pérdida haciendo un retrato íntimo de los sentimientos que aparecen durante el duelo, con el fin de mostrar la devastación que un suicidio desencadena. Ella se atreve a pensar lo que no tenía palabras y se pregunta por lo que no tiene cabida en el pensamiento de una madre: «No se habla del suicidio, pero existe. No se habla de qué ocurre después de un suicidio, y es importante hacerlo». La novela ofrece una posible senda, la de la ficción, para seguir viviendo, para iniciar el viaje de vuelta a la vida y encontrar una razón para seguir estando. Lo que no se nombra, no existe. Ella ha querido escribir para nombrarla, para recrear a su hija en cada y con cada palabra, para extender su nombre para la eternidad, para que viva y, en definitiva, para vivirla. Desde esa noche, un nuevo tema merodea dentro de mi mente con preguntas sin respuesta. ¿Por qué no se nombra? ¿Por qué esas muertes no salen en la prensa? Hay que levantar la losa de silencio que rodea al suicidio.

En 2017 se suicidaron 3.679 personas, un 3,1% más respecto a cifras anteriores. Es la primera causa de muerte no natural y podrían alcanzar las 6.000 personas, porque la forma en la que se recogen estos fallecimientos falsea la realidad. Las cifras estremecen: el suicidio es la tercera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años, por detrás de los accidentes y los tumores. Hay menos muertes por accidentes que por suicidio y fíjense cómo nos bombardean las campañas de seguridad vial. Lejos del efecto contagio, los expertos defienden que hay que dar visibilidad al tema y abordarlo desde una perspectiva transversal. El Gobierno de Pedro Sánchez puso en marcha en su Estrategia Nacional de Salud Mental un plan de prevención del suicidio con la ministra Carmen Montón, quien ya había trabajado sobre ello en la Comunitat Valenciana.

Ahora se está a la espera, pero falta implicación de otros sectores de la población y faltan recursos. Falta un seguimiento desde la atención primaria incluyendo la figura del sicólogo especializado; él es quien puede detectar los primeros síntomas. Con qué naturalidad nos quejamos de una dolencia crónica. No sé si somos capaces de expresar con la misma naturalidad una cierta angustia vital, ese no saber qué hacer con tu vida. El estigma que rodea los trastornos mentales y el suicidio tienen algo que ver. La sociedad del siglo XXI ha generado nuevas patologías (adicciones, estrés, cierta impotencia ante la frustración, ?) que requieren terapia. En nuestro país se deriva demasiadas veces al psiquiatra, se opta por la ingesta de pastillas quedando relegada la psicoterapia al uso privado y a quien se la puede pagar. Olvidamos que la medicación es sólo un parche y que ha de ir acompañada de un cambio de conducta. Tampoco existe, para mi sorpresa, el teléfono de tres dígitos como existe para otras atenciones como la violencia de género. Ahora, sólo el Teléfono de la Esperanza atiende a estos pacientes. De nuevo lo que debería ser público queda en manos del voluntariado. Y las universidades también quedan interpeladas. Existe un vacío en la formación de los profesionales. En las facultades no se recibe formación para abordar esta problemática que debería ampliarse a las facultades de Enfermería, Trabajo social, etcétera. Hay que incluir en los planes de estudio contenidos que aborden las conductas suicidas y autolesivas porque están en nuestro entorno. Tal es la situación que la Universidad Complutense de Madrid ha propuesto un taller formativo como medida a corto plazo, pero lamentablemente insuficiente.

Hay que acabar con los mitos, los tabúes y la estigmatización y ofrecer ayuda a quienes la necesitan. El silencio de los medios nos aboca a un silencio social que deja sumida en la más absoluta indefensión a las familias. Nombrar la enfermedad para curarla; nombrar la pérdida para interpelar a los poderes públicos, nombrar lo que no tiene palabras para honrar a ese hijo o hija y exigir una actuación conjunta.

Buena y reparadora lectura.