En momentos en que no proliferaba la publicación de libros y revistas en nuestra ciudad, una de las posibilidades de satisfacer la creatividad literaria, era a través de la revista, que anualmente se publicaba en Semana Santa. Ni que decir tiene que, estos trabajos se elaboraban la mayor parte durante esos cuarenta días que la preceden.

A modo de ejemplo, vamos a volver la vista atrás hasta 1944, o sea hasta hace setenta y cinco años. En el mismo, editada por la Junta Mayor de Cofradías y Hermandades, impresa en los talleres del Oratorio Festivo y teniendo como portada el rostro de Nuestro Padre Jesús de la Caída, dibujo «del natural» original de Adolfo Pérez León, se deslizaba en sus páginas fotografías, entre otros, de Antonio Ballester, J. Franco y A. García.

Pero, ciñéndonos a los colaboradores literarios, localizamos a algunas firmas entre autores de prosa y verso.

De los primeros y a modo de editorial, el alcalde Francisco Lucas Girona veía la Semana Santa con las procesiones que recorren las calles de Orihuela, «con gravedad religiosa y piedad profunda», y «clarines guerreros (que) atruenan los ámbitos».

Manuel Lorenzo Penalva, escribía el Miércoles de Ceniza: «ya mi pulso tiembla y se estremece con solo pensar que me miran, desde la Gloria, los celestes patronos de mi amantísima ciudad».

Joaquín Espinosa, se detiene en el «Viernes Santo», recordando que, «El templo queda más desolado que nunca, apareciendo solamente inhiesta sobre el altar la cruz, desde la cual Cristo parece repetir la honda queja del Profeta de las Lamentaciones», y Fernando Bru, se centra en «El Claustro de los Caídos», y recuerda su traslado hasta la catedral, desde lo que fue convento mercedario.

José Tarí Navarro, pone el acento en el Canto de la Pasión, «que interpreta, en los zaguanes de las casas señoriales, un cuarteto de cantores, cuya costumbre se trasmite ininterrumpidamente, de padres a hijos», y en «Dimas» cuyo autor es Antonio García (Molina) Martínez: «Agoniza la luz. Volaban los cuervos, y su graznido era como un eco del grito de rapiña que se alzaba desde la tierra. Quedó desierto el monte». Por su parte, Emilio Bregante, en «Del tiempo pasado», nos lleva de la mano a través de la conversación de dos oriolanos viejos para recordar las procesiones de antaño, acompasando con el reiterativo «a Jesús lo van a matar» de la Convocatoria, y el almibarado dúo de «las gemelas» con su «te tengo, te tengo, te tengo que dar...».

Gabriel Sijé ( Justino Marín Gutiérrez), se sitúa «A la sombra de un pintor: Eduardo Vicente», que por entonces dejaba su impronta en la catedral de Orihuela, en los cuadros de «Jesús y los leprosos», «Las almas del Purgatorio» y «El Bautismo de Jesús».

Por otro lado, la poesía quedaba al amparo de la pluma de Juan Sansano Benisa desde Alicante, para ensalzar a «La torre de Santa Justa»: «De ti me enamoré un día/ y eres mi novia adorada:/ novia que indecisa espera/ a quien la adora y la canta,/ a quien llorando en la ausencia,/ hace dolor su palabra,/ hace su verso quebranto/ y hace flores de sus lágrimas». Y Saturnino Ortuño, desde Almoradí, «Despierta, ve y dile»: «Y en esa figura,/ vetusta y moderna, reverente te adoro, Dios mío,/ y te pido desde esta mi ausencia/ que perdones injurias pasadas/ y bendigas por siempre a Orihuela».

La revista cerraba sus páginas con dos «Plumas dormidas»: la de Ramón Sigé (sic) y Miguel Hernández. El primero con «Martes Santo» que había sido publicado en «Voluntad», el 15 de abril de 1930: «¡Ojos alegres tras el antifaz nazareno! Vuelan, vuelan arriba... pero el pesado cirial toca tierra...¡Cielo y tierra!». Del inmortal poeta, al que debe tanto Orihuela, se muestra su soneto «El Nazareno», que fue publicado también en esa última fecha. Después de la Cuaresma, los autores aguardaban el ver su trabajo plasmado en la revista y esperaban acercarse, como dice el poeta: «Y entre mil encapuchados con mil llamas de mil cirios/ con las carnes desgarradas aún más pálidas que lirios/ y la cruz sobre los hombros cruza humilde el Nazareno».