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Mercedes Gallego

Política de personas

A decir verdad, el Guerra-escritor sólo lamentó no poder llamar trastornado a Puigdemont porque se quedaba sin adjetivos para Torra

Cansada de los lazos de todos los colores, del monotema catalán que no por importante deja de ser cansino, de salidas de tono de quienes despotrican contra el sistema pero andan como locos por formar parte de él vendiendo barbaridades para quienes, por querer salir de Málaga, pueden hacer que acabemos en Malagón... harta, les decía, de una clase política que tiene poco de clase y cada vez menos de política y asustada tanto porque algunos de los que se postulan a dirigir nuestras instituciones no tengan reparo en mentir como porque les salga gratis hacerlo, me encaminé ayer a escuchar a Alfonso Guerra sin tener muy claro si habría aprovechado mejor la mañana dando un paseo por la playa. Total, ¿qué podía decir un señor a punto de cumplir los 80 que venía a Alicante a hablar de su libro? Pero el señor cuasi octogenario abrió la boca y por primera vez en mucho tiempo tuve la sensación que se hablaba de política. Pero no de esa que se pretende armar a base de propuestas que buscan fracturar consensos con décadas a sus espaldas, con anuncios de pactos en vez de ideas y a fuerza de insultos. A decir verdad, el Guerra-escritor sólo lamentó no poder llamar trastornado a Puigdemont porque se quedaba sin adjetivos para Torra. Pero ahí quedó todo, lo que no deja de ser significativo para una lengua afilada como la suya. Lo demás fue puro sentido común de boca de un hombre crítico que lee y escucha (así se definió), que ama España tanto como detesta los nacionalismos de cualquier signo y que proclama que el patriotismo no puede ser patrimonio de la derecha. Habló también de los lodos que pueden traer los polvos de acuerdos con fuerzas no constitucionalistas y de la necesidad de una Europa unida para poner coto al peligro de los vientos que la recorren. Pero, sobre todo, puso un ejemplo claro de lo que debe a ser la política al citar a un abuelo que, en los albores de los 90 con el país en pleno cambio, le dio las gracias porque su nieto de cuatro años ya había gastado más zapatos que él en toda su vida.

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