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Lazos amarillos

Vivimos en una sociedad que afortunadamente es libre y permisiva, muy diferente de épocas anteriores dominadas por prejuicios arraigados o por la in?uencia de la moral victoriana que tan ñoños resultados produjo. En el Victoria and Albert Museum de Londres se llegó a cubrir con enormes hojas de parra y con pañales el sexo de estatuas clásicas para no ofender a la reina emperatriz o a su pudibundo esposo, más dado a escandalizarse por un pene de más que por todas las salvajadas que su querido tío Leopoldo, rey de Bélgica, cometía en su colonia de El Congo y que inspiraron a Joseph Conrad a escribir su magní?co y sobrecogedor "In the heart of darkness".

Por eso me parece estupendo que cada uno se vista como le parezca o se ponga los adornos que estime más pertinentes. Frente a la aburrida uniformidad de antaño (señoras vestidas de negro) hoy en la calle se alternan faldas largas y cortas, pantalones largos y cortos, mallas, casacas, zapatos, sandalias, botas, uniformes, y todo lo que se les ocurra en los colores más imaginativos. Hoy hay menos diferencia entre clases sociales, y eso es bueno, y mucha más diferencia entre los que tienen buen gusto y mal gusto, aunque ya se sabe que en eso de los gustos hay quien piensa que todo vale. Las modas se extienden también a los adornos, eso que en las tiendas llaman "complementos" y que son igualmente variados: a los tradicionales pendientes, anillos y pulseras se añaden ahora los tatuajes (con amplia gama de precios y calidades) y los "piercings" en los lugares más inverosímiles como labios, nariz, ombligo o los mismos pezones. Los futbolistas tatuados hasta las cejas (en sentido literal) sirven de inspiración a muchos jóvenes que desearían seguir sus pasos pero encuentran más fácil hacerlo en la peluquería que con el balón, se tallan rayas en el pelo y llegan en casos extremos a imitar a un astro que se ha dejado el cabello como lo llevaban los indios iroqueses antes de ser masacrados por esos descendientes de los Pilgrim Fathers que se meten luego con Junípero Serra o con Cristóbal Colón.

Y por la misma razón que algunos se ponen camisetas con leyendas feministas o animalistas o de defensa de la capa de ozono, otros expresan sus ideas en defensa de un grupo de presuntos delincuentes sentados en el banquillo del Tribunal Supremo por el cómodo método de ponerse un lacito amarillo en la solapa. Me parece muy bien pues ejercen el legítimo derecho a expresar sus opiniones de forma pací?ca. Me extraña la elección del color amarillo, que la simbología más tradicional vincula con la mala suerte, lo que no seria en principio bueno para los encausados a los que se pretende apoyar y que yo, personalmente, desearía ver en libertad y convertidos en modelos de comportamiento cívico respetuoso con la legalidad vigente. El color amarillo tiene connotaciones contradictorias pues tanto signi?ca felicidad y alegría (color del oro) al mismo tiempo que envidia, traición o narcisismo (los narcisos son amarillos). En Europa tiene mal cartel pues se vestía antiguamente de este color a los enfermos, leprosos, prostitutas y herejes, mientras que hoy advierte de la presencia de sustancias tóxicas o radiactivas.

En China el amarillo era color reservado al emperador, sólo él podía usar prendas de ese color y fuertes castigos aguardaban a los que osaban vestirlo. "El último emperador" de Bernardo Bertolucci recrea muy bien ese ambiente de fasto y reverencia fanática. Quizás por eso llegó la revolución que dio a Mao Zedong el poder absoluto para cometer barbaridades como El Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural que acabó con la vida de muchos millones de compatriotas mientras otros millones (dentro y fuera de China) agitaban estúpidamente con la mano el famoso Libro Rojo, una especie de "Camino" en versión comunista china. Ningún emperador vestido de amarillo había hecho antes barbaridades parecidas.

Pero igual que me parece estupendo que quién quiera se ponga el lacito amarillo en uso de su libertad personal, me parece mal que se coloque en las fachadas de los edi?cios públicos que nos pertenecen a todos, que deben ser neutrales (especialmente durante los períodos electorales) y no utilizados al servicio de intereses partidistas que tienen sus lugares propios de exhibición, como son sus sedes o los mítines políticos donde pueden colocar todos los lazos que deseen. Pero no en el ayuntamiento o en la fachada de la Generalitat, que son de todos y no únicamente de los independentistas que al colocar sus lazos muestran su sectarismo y hacen apropiación indebida e ilegal de un espacio que es de todos. Eso no es democracia.

Me sorprende y avergüenza que todo un presidente de la Generalitat, que era una institución respetable hasta que han llegado estos, se dedique a desobedecer a la Junta Electoral con niñerías impropias de su cargo haciendo propaganda separatista desde su balcón y haciendo alarde de desobedecer la ley. Me aterroriza pensar lo que ocurriría en una eventual república catalana donde estos dirigentes camparan a su gusto e impusieran sin cortapisas la voluntad de la parte nacionalista sobre el conjunto de los ciudadanos de Cataluña que ahora son obligados a soportar esos lazos amarillos. Y yo me solidarizo con ellos, con los que sufren la tiranía de los que imponen sus convicciones y sus lazos amarillos sin respeto por las opiniones de los demás que por lo menos merecen el mismo respeto y además tienen la ley de su lado. Vaya hacia ellos toda mi simpatía.

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