Algunas personas consideran que el esfuerzo hoy en día no tiene recompensa, y que no merece la pena la dedicación a un objetivo o a un proyecto, porque siempre existirán inconvenientes y trabas que impedirán que se llegue a buen puerto. Pero esto no deja de ser más que una forma de enfocar los temas que algunos lo llaman «realismo», y otros «pesimismo». Según el punto de vista desde el que se mire.

En consecuencia, ¿Dónde está la verdadera medida de las cosas en cuanto a la cantidad de esfuerzo que debe ponerse encima de la mesa ante un proyecto u objetivo que se nos presenta? ¿Qué porcentaje de energía debemos poner a la hora de afrontar una idea? Podríamos preguntarnos.

La respuesta debe ser evidente, o, al menos, a nosotros nos parece que es evidente. Porque arrancar hacia un objetivo sin poner todas las fuerzas en conseguirlo es «participar para perder». Y ello, por cuanto en un mundo tan competitivo como este en el que vivimos es preciso poner todas las cartas en el esfuerzo personal para intentar conseguir un objetivo. Sea este el que sea. De carácter universitario para terminar unos estudios, para conseguir ganar una oposición, para optar a un ascenso profesional, o de índole no profesional, sino personal.

Porque si no se articulan los medios, y que estos sean los idóneos para el fin, resulta absurdo postularse para algo en lo que no se cree que se va a conseguir. O que no se ponen todos los medios para alcanzar ese fin. Porque la filosofía del «no merece la pena ni intentarlo» se tiene desde el prisma conservador de no querer modificar un estatus, sea profesional, sea personal. Y en esta línea, hay que partir de la base de que «el partido» se da por perdido si no se intenta jugarlo. Porque solo «con el balón en juego», y acudiendo detrás de él, se pueden conseguir los objetivos propuestos.

Cierto y verdad es que en cualquier camino surgen y surgirán los obstáculos que quien se introduce en este camino de esfuerzo y superación va a encontrar. Porque resulta evidente que los resultados no van a llegar tan fácilmente mediante una simple espera, sino que cualquier objetivo tiene como regla de juego necesaria los inconvenientes que van a cruzarse en el camino de cualquier aspirante a conseguirlo. Porque, en caso contrario, las mejoras personales y profesionales no tendrían valor, y no se significarían por las dificultades, sino por las comodidades, y resulta evidente que éstas no existen en estos caminos.

Como hemos dicho antes, los pesimistas, o quienes no optan por arriesgar el esfuerzo en conseguir metas renuncian a esos objetivos. Pero esto no es cuestionable, porque se trata de una opción personal. Lo relevante es que no influyan en el resto en reducir las opciones de quienes sí quiere seguir dando pasos hacia adelante, y no hacia un lado. Precisamente, las sociedades que más avanzan hoy en día son aquellas donde se ubican más personas que afrontan una mentalidad dirigida a dar pasos hacia adelante, y las que se estancan son aquellas donde la mayoría dan los pasos hacia un lado. Es decir, se realizan las actividades desde la «tibieza» en las conductas, en lugar que desde el empuje de las actitudes. Porque es la osadía meditada y consciente que utiliza los medios suficientes en las personas la que garantiza y permite el éxito de las sociedades que arriesgan por medio de los ciudadanos que dedican su tiempo y esfuerzo a conseguir mejoras personales y colectivas. Y ello es así, porque ese esfuerzo de unos pocos en conseguir metas llega a traducirse en aspectos positivos para esa sociedad, porque se genera un círculo de auto esfuerzo como filosofía de vida a seguir, para no anquilosarse en la rutina del trabajo diario, sino en conseguir nuevas metas y nuevos objetivos.

Se trata, pues, de ir sustituyendo «los pasos hacia un lado» por los pasos hacia adelante. Y ello, en aras de la consecución de esos objetivos que puede que sean personales, pero que al final serán para todos, dado que el incremento de la cifra de personas que tiene el método adquirido de superación diaria repercute, obviamente, en la creación de una cultura, no tanto de una «competitividad agresiva», que no podemos negar que, en muchas ocasiones también existe, sino en la propia mejora social, si enfocamos este tema como una «sana y leal rivalidad» por alcanzar metas. Luego también está quienes utilizan estrategias poco legales para adelantarse en la consecución de objetivos, lo que debe desterrarse, dado que el esfuerzo se debe enfocar por la línea recta y sin poner obstáculos a quienes van por el camino paralelo. Competitividad, pues, en positivo para mejorar la sociedad y no dar pasos a un lado, sino hacia adelante.