Aunque la participación de los afiliados de los partidos políticos en la elección del secretario general o del presidente de sus respectivas organizaciones se ha ido asentando en los últimos años gracias al impulso dado a las primarias en su día por el PSOE, la realidad está demostrando que, lejos de imponerse, las primarias como sistema de dar a los afiliados la última y principal palabra para tomar según qué decisiones está sufriendo un claro retroceso. El primer aviso fue el tumultuoso Comité Federal de julio de 2018 del PSOE que supuso la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general para volver a ser de nuevo elegido para este cargo poco tiempo después gracias a la celebración de primarias. En aquella reunión se desató una tensión acumulada producto del en teoría proceso interno democrático de elección de su principal responsable que por primera vez en democracia el PSOE estuvo al borde de la escisión.

La elección de Pablo Casado en el Partido Popular supuso un hito para un partido en el que cualquier tipo de democracia interna era inexistente. Y aunque fueron unas primarias muy controladas por el aparato del partido los populares no pudieron evitar que las críticas internas y las rencillas personales se hiciesen públicas. Las consecuencias de la lucha entre Casado y Sáenz de Santamaría no se han cerrado todavía. Se ha generado la idea de que si en las próximas elecciones generales Pablo Casado obtiene un resultado peor del esperado su liderazgo se pondría en tela de juicio debido a ese clima contestatario y de posibilidad de crítica interna que por primera vez existe en el Partido Popular.

El fichaje de nombres y caras conocidas de la vida pública y económica como cabezas de lista en las principales plazas electorales tanto de Ciudadanos como del Partido Popular resulta un evidente paso atrás en la utilización de las primarias en la elección de los candidatos. En teoría, las primarias se introdujeron en la vida política española como medio para que la decisión interna de los militantes de un partido fuera decisiva a la hora de tomar las decisiones fundamentales de funcionamiento siendo la elección de sus dirigentes la más importante. Sin embargo, en los últimos meses hemos observado las reticencias de los dos principales partidos de la oposición a la utilización, hasta las últimas consecuencias, de las primarias como ejercicio democrático.

Este paso atrás ha tenido dos causas. En primer lugar, el ya aludido embrollo en el que el PSOE se metió solo consecuencia de la elección de Pedro Sánchez, su dimisión y su posterior reelección como secretario general gracias al apoyo aplastante de la mayoría de los militantes en detrimento de la candidatura de Susana Díaz. La dirección sin fisuras de Pedro Sánchez rodeado de un equipo trabajador y leal consiguió devolver al socialismo español a la Moncloa. En segundo lugar, el laberinto en el que Podemos se encuentra sumido como consecuencia de llevar al extremo determinadas ideas que en teoría son muy vistosas y agradecidas de expresarlas en público pero que a la hora de su aplicación resultan difíciles. Las disensiones constantes en la cúpula del Partido, entre la dirección de Madrid y el resto de direcciones autonómicas así como entre los partícipes de las confluencias locales han generado la idea de que Podemos es lo más parecido a un guirigay donde todo el mundo habla y opina de todo pero en el que cuesta que se tomen decisiones prácticas de las que cambian o mejoran la vida de la gente. Llevar al extremo la utilización del permiso de paternidad por parte de Pablo Iglesias ha impedido una precampaña electoral acorde con la importancia del momento. Su anunciado regreso justo a tiempo para el inicio de campaña difícilmente podrá rellenar el vacío de las últimas semanas.

La duda que se plantea, por tanto, es la de si la democracia interna de los partidos llevada a su grado más alto es beneficioso o puede ser perjudicial. Resulta evidente que todo partido político que practique esta circunstancia de manera interna y previa al ejercicio del gobierno en cualquiera de las tres administraciones del Estado español tenderá a ejercerla cuando adquiera el poder. También que el mensaje que se irradia a la sociedad española es el de que el diálogo y la votación de una idea que es asumida y respetada por la minoría debe ser la esencia de un país. Pero al mismo tiempo se observa que la participación asamblearia tiende al descontrol convirtiendo la acción política en una lucha de egos y en un maremágnum de ideas de complicada aplicación y también que las primarias abren heridas de muy difícil solución como hemos visto con la reciente aprobación de las listas de candidatos del PSOE para el Congreso y Senado que incluso ha motivado que Susana Díaz haya dicho que «toman nota» del hecho que desde Madrid no se hayan aceptado sus candidatos. Olvida Susana Díaz que en un partido la disciplina está por encima de todo. Se puede discernir pero al mismo tiempo hay que aceptar lo que la mayoría diga, en este caso representada por su dirigentes. Por encima del partido no hay nada.