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Sé optimista, campeón

A propósito del último libro del psicólogo Steven Pinker

El psicólogo canadiense Steven Pinker es un tipo muy listo, en el buen sentido de la palabra. No contratan a cualquier pelanas en la universidad estadounidense de Harvard. Sus libros y artículos nos hacen ver las cosas con otro enfoque, diferente al habitual. Gracias a lo cual y siguiendo sus enseñanzas, hoy me permito discrepar de él. Y es que nuestro hombre anda estos días promocionando su último libro, ese tratado del bien escribir que se titula "El sentido del estilo", por fin traducido al español. Y para publicitar algo es preciso decir cosas breves y llamativas en las entrevistas para que el personal se quede con la copla y te compre lo que vendes. A Pinker se le encuadra en ese grupo al que se da en llamar "Nuevos optimistas" y que dicho muy a la pata la llana vienen a formar quienes ya se han cansado de los tipos quejumbrosos y lastimeros y apocalípticos que no paran de dar la pimporrada con que todo está fatal, con que esto es el caos, con que nunca la humanidad las ha pasado tan canutas, con que esto es un desastre. ¿No es cierto, por contra, que vivimos mejor que nuestros abuelos? ¿Fue mejor, acaso, la Edad Media con su no sanidad, su no educación, su no bienestar? Atrevámonos - dicen- a ser optimistas. Menos fiarlo todo a nuestra percepción y más a los datos científicos. Que tú creas que todo va mal no significa que todo vaya mal, tontaina. Bien está, lo compro. Compro también lo que acaba de declarar Pinker: para aprender a escribir bien, el mejor método es leer mucho y bien. Lo que no sé es, entonces, para qué escribe un libro sobre el bien escribir, si el asunto está claro. Pero venga, vale, lo escribe para enseñarnos a desmontar obras literarias y extraer lecciones de esa labor de ingeniería. Compro en parte su concepto de que la escritura ha de servir para difundir las buenas ideas, prestar atención a los detalles y añadir un poco de belleza al mundo. Porque creo que, a veces, hay que afanarse en el estilo para transmitir con exactitud el detalle, el matiz decisivo: como, precisamente, hizo Henry James, uno de los escritores preferidos de Pinker. Pero venga, vale, que nuestro psicólogo detesta a Derrida, Foucault, los postmodernos y los deconstruccionistas, por retorcidos y vacíos: y yo también. Compro que muchos autores dan por sentado lo que la mayoría de lectores desconoce y eso los lleva a que no los entiendan ni en casa. Pero no compro una afirmación suya "optimista": "Es mentira decir que los jóvenes escriben cada vez peor". "El lenguaje cambia y la gente suele confundir los cambios con la decadencia", declara. Yo trato de no confundir lo uno con lo otro, pero Pinker sabrá. Lo que tengo por cierto es que nunca jamás la humanidad del primer mundo tuvo tantas posibilidades de acceder a la lectura y a la escritura como ahora, lo que me convierte en un "nuevo optimista". Sin embargo, basta asomarse a las redes para ver cómo esas posibilidades se desprecian tan ricamente y se encumbra un analfabetismo orgulloso y mentecato y cenutrio. No veo en el lenguaje diario de los facebooks, chats y compañía que la escritura esté sirviendo para difundir las buenas ideas, prestar atención a los detalles y añadir un poco de belleza al mundo. Que los jóvenes tengan todos los recursos a mano no significa que los usen, Pinker, bájate de la cátedra. Y el truquillo de ponerse siempre, por definición, de parte de los jóvenes es barato populismo, querido. O de parte de los viejos o de los millennials. Y remata con el cantar de siempre: que con la edad se produce un deterioro mental y físico que nos lleva a confundir nuestra propia experiencia con lo que pasa en el mundo. A lo mejor es así, Pinker: solo tienes un año menos que yo. Tú sabrás.

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