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Luis M. Alonso

Koestler

Jugando a adivino se corre el riesgo de no acertar. Pero es siempre un riesgo lejano si la predicción, a largo plazo, no se confirma. Si el adivino, juzgando el presente de un pueblo, es capaz de desentrañar la amenaza que se cierne sobre su futuro el mérito es enorme. Aunque no se le reconozca. Arthur Koestler era un hombre brillante que sabía anticiparse. En 1940, su novela "Darkness at noon" ("Oscuridad al mediodía"), más conocida en la mayoría de los países bajo el título de la traducción francesa, "El cero y el infinito", abrió el camino hacia el desprestigio intelectual del comunismo. En ese momento y para él, la era de la Razón y de la Ilustración se acercaba a su fin. Desde entonces el mundo no ha hecho otra cosa que corroborarlo. A Casandra le resultó imposible evitar tragedias, se desgañitó sin éxito gritando que los griegos entrarían en Troya mediante el engaño de un caballo. Koestler era como Casandra. Trabajó sintiéndose rodeado de vulnerabilidad humana. Una de sus ideas favoritas fue: "Inglaterra es el mejor país para dormir".Para él los británicos tenían que ver con las viejas avestruces por el hábito de ocultar sus ojos de la realidad. Pero incluso se habría asombrado de asistir como espectador a la capacidad destructora empleada del Brexit y a cómo la primer ministra Theresa May reclama pragmatismo al parlamento y hace un llamamiento patriótico a los diputados para que apoyen el acuerdo de divorcio que firmó con Bruselas, después de que los políticos arrojasen a los súbditos de Su Majestad a uno de los mayores errores de la historia del Reino Unido. En 1971 publicó una colección de ensayos titulada "¿El suicidio de una nación?", y no tardaría en admitir que el signo interrogante resultaba superfluo. Él mismo se suicidó en Londres doce años después. Leer a Arthur Koestler es reconocer en la prevención un alto porcentaje de fracaso.

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