Denuncian el aumento de las agresiones motivadas en el odio. Odio a los demás, a la diversidad, a lo diferente. Odio en las calles y en las redes sociales. Crispación política, discursos que se hacen contra el otro, contra Cataluña, contra España. Contra los inmigrantes, las mujeres, los homosexuales, los gitanos o los musulmanes. Contra quien no piensa como igual que el resto. Contra quien tiene otra ideología, religión o creencias. En la cercanía y en la distancia, con saña, con ironía o condescendencia. Alentados en la política o desde la política. Y después, siempre, las agresiones, en las calles, en los barrios, en las ciudades. En las mezquitas, en las discotecas, en los bares o en las escuelas. En León, en Barcelona o en Nueva Zelanda. Una violencia intrínseca y estructural incesante. Una violencia insoportable.Y no hay nadie que hable de nosotros, para oponernos firmemente a ese discurso basado en el «vosotros». Que no da titulares ni llena horas de televisión. No genera tuits en el patio de las redes porque no vende. Porque vende la violencia, el drama y el escarnio. Que nadie dice que juntos mejor, que cuanto más nos respetemos más felices seremos y mejor sociedad construiremos para el futuro. Que todas las personas cabemos y somos importantes y necesarias. El terrorista de extrema derecha de Nueva Zelanda ha dejado un reguero de muerte y destrucción. Medio centenar de personas asesinadas a sangre fría, que rezaban en paz en una mezquita. No habían pasado minutos de que la noticia se extendiera, para que se cumpliera el mismo ciclo del odio de siempre, llenando las redes de comentarios islamófobos, criminalizando a las víctimas y haciéndoles responsables de los crímenes de los integristas. Convirtiendo el tuiter y el facebook en un vertedero de odio. De basura cibernética. Lo de siempre.Hay que parar el discurso de odio. Necesitamos una estrategia política y social para combatir a quien quiere excluir, agredir o alientar a la violencia contra los demás. Necesitamos implicación de todos los agentes sociales, incluida la prensa. Porque el fenómeno del odio, creciente en todo el mundo, tiene que detenerse en algún punto y la difusión de los mensajes que discriminan o incitan a la violencia no se puede amparar nunca en la libertad de expresión. Está en juego el modelo de sociedad que estamos construyendo para el futuro. Y nuestro bienestar personal y colectivo. Es urgente.