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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Empresas que nos dicen adiós

Me da muchísima pena cuando una empresa de la provincia de toda la vida cierra sus puertas, que de vez en cuando pasa, pero mi aflicción no es menor cuando otra empresa nos abandona en busca de pastos más verdes. Si una industria baja la persiana puede deberse a múltiples factores, incluida la falta de competitividad o de capacidad de sus gestores, con lo cual digamos que el error es ajeno y no imputable a todos, como sí lo es que una empresa de Alicante se vaya a Valencia, por ejemplo.

Es verdad que las empresas grandes ya no son lo que eran, con un propietario físico y reconocible. Muchas de las gordas tienen detrás a fondos de inversiones y gestores profesionales, lo que no es ni peor ni mejor, pero me temo que las deshumaniza bastante. Conozco a algunas de ellas y son muy buenas en lo suyo y procuran hacer provincia y mimetizarse con el paisaje, pero el poder de decisión está en otra parte y no es lo mismo que ir a hablar con un amo reconocible.

Alicante nunca ha sido tierra de grandes empresas, de esas que ponen en pie a miles de trabajadores y mueven cielos y tierras. Lo nuestro ha sido más bien criadero de empresas familiares con vocación de convertirse en empresas rentables y con el tiempo pasar a ser medianas. Evidentemente el tamaño es una ventaja cuando las cosas van bien y un problema cuando las crisis golpean, pero el modelo ha funcionado aceptablemente en las últimas décadas, con patronos identificados que solían pasar el relevo a otras generaciones más preparadas desde un punto de vista de formación académica. Ahora las cosas están cambiando y debemos acostumbrarnos a que este paisaje de empresas nuevas y en cierta forma anónimas sea el presente.

Kelme, que llevó el nombre de Elche a toda España y cuyos propietarios, la familia Quiles, fueron otrora modelo del empresariado de la provincia, nos dicen adiós y se van a Valencia, sumándose a otra empresa enorme que si no nos ha dejado está a punto de hacerlo: Tempe, poco conocida a nivel popular pero que es la fabricante de calzado del grupo Inditex (Zara entre otras). Se van porque otras zonas les dan ventajas competitivas -o suelo industrial bien situado- con las que no podemos luchar o incluso por el gran problema que tienen las empresas alicantinas que mueven grandes cargas. El puerto de Alicante no está a la altura, por mucho que queramos, ni del de Valencia ni del de Cartagena. Ahí, emparedados entre dos grandes puertos, el de la capital no se ha hecho valer más allá de reclamar cruceros (que no está mal pero no es la solución) o por la mala prensa que genera periódicamente la carga y descarga de graneles entre los vecinos cercanos.

No son casos iguales ni mucho menos: Kelme sufrió los inconvenientes de algunas empresas familiares, donde si hay más de un dueño suele haber roces y diferentes visiones empresariales -por muy bien que se lleven- que desembocan en problemas irresolubles de gestión. Una empresa familiar es fácil de llevar para sus fundadores, pero se complica extraordinariamente en la segunda generación y suele pasar que se liquide en la tercera. Si la empresa es exitosa, por nombre, marca, cartera de clientes o previsiones de futuro, cada vez es más habitual que sea comprada por algún fondo de inversión o figura jurídica semejante, con lo cual desaparece de un plumazo la relación de los dueños y de la empresa con su entorno y los nuevos gestores profesionales sólo tienen que dar cuenta de sus asuntos a los fondos que están en desiertos lejanos o en montañas remotas. Y puestos a cambiar su sede les da igual que esté aquí que a trescientos kilómetros, donde les sea más rentable.

Es verdad que Alicante ofrece ventajas innegables a empresas de base tecnológica, que no necesitan un envío rápido de mercancías voluminosas, pero para las que fabrican productos o materiales contar con un puerto cercano es una bendición y no tenerlo, un problema grave de logística para multitud de empresas. Por lo que sé, a muchas empresas les sale más rentable embarcar en Valencia que en Alicante sumando los gastos del transporte de carretera desde Ibi, por ejemplo. Nuestro puerto tiene la desventaja de unas instalaciones industriales integradas en la ciudad y un acceso complicado, además de lo que ya he escrito de la presión de los vecinos cercanos, que prefieren -como todos- ver desde su terraza veleros, láminas de agua despejadas y no grúas o barcos porta contenedores.

La batalla está perdida, ya se lo digo yo. Por mucho interés que pongan los responsables de la Autoridad Portuaria, las cosas son como son y el futuro de Alicante como puerto comercial de referencia para los cargadores de la provincia se perdió hace ya mucho tiempo. Igual sucedió con la alternativa del transporte por ferrocarril que, en algún momento, podía haber sido una solución como lo es en otros países.

No quisiera ser cenizo, pero los productores tienen el cielo ganado y a más de uno se le van a hinchar las narices y va a decidir deslocalizarse y situarse cerca de las redes logísticas. Y si no, al tiempo.

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