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Transversales

Sorprende, sin embargo, que a pesar de ello existan formaciones de ese tipo de centro o de izquierdas, como fácilmente se puede advertir por sus actuaciones

El panorama político se ha ido llenando de opciones autodenominadas transversales. Qué cosa sean constituye un insondable enigma, aunque parezcan coincidir en el abandono del tradicional esquema izquierda-derecha. Sorprende, sin embargo, que a pesar de ello existan formaciones de ese tipo de centro o de izquierdas, como fácilmente se puede advertir por sus actuaciones.

Esta transversalidad persigue atraer para sus causas a votantes procedentes de cualquier rincón del espectro político. Para tal objetivo, no dudan en reducir a la mínima expresión su bagaje ideológico -o esconderlo taimadamente-, así como centrar la atención en asuntos que suscitan amplios consensos sociales, tantas veces generados de forma artificiosa. Esto, unido a un calculado aire interclasista que facilita conseguir electores de toda condición, compone la etiología fundamental de estas nuevas propuestas, que no solo se abren camino en España, sino en las demás democracias occidentales, como Francia o Italia, donde ya gobiernan.

La irrupción de estas alternativas es consecuencia del paulatino deterioro experimentado por los partidos que se proclaman asentados sobre idearios tan sólidos como desdeñados. Ese abandono de las doctrinas o la lisa y llana renuncia a su actualización convierte en tierra de nadie a anchos espacios electorales, que son de inmediato tomados por simplonas demagogias desideologizadas disfrazadas de moderna y hueca transversalidad.

Si quienes encarnan a las principales corrientes de pensamiento político se ocupasen de sacar brillo a sus postulados, poniéndolos al día, difícilmente surgirían estas corrientes ubicuas y coyunturales. Pero hace tiempo que han desistido de tal empeño, entregándose a una indolencia que complica entusiasmarse de sus criterios, por más que resulten esenciales para el futuro o cuenten con profundas raíces. Los ademanes inequívocamente populistas que protagonizan a diario los representantes en España de las internacionales conservadora o socialdemócrata apuntan a esa lamentable deriva, lo mismo que sucede en el resto de Europa, en donde están cayendo en la irrelevancia como consecuencia de ese suicidio político consistente en comportarse igual que sus grandes amenazas transversales.

No hay desafío de nuestras sociedades que no encuentre la debida respuesta en los idearios que hasta ahora habían garantizado la gobernabilidad, siempre que se adapten a las nuevas realidades. El malhadado bipartidismo ha encadenado décadas prodigiosas de avance sobre conocidos cimientos ideológicos, que han venido aglutinando a las grandes mayorías de los sistemas democráticos. Sucede, sin embargo, que esa cuidadosa atención a sus principios ha pasado a mejor vida, lo que, junto a una mediocre selección de sus candidatos, enzarzados en sempiternas cuitas internas, y al extendido ambiente relativista imperante, convierte a los partidos clásicos en reliquias del ayer frente a los flamantes transversales, que buscan sin desmayo arrancar votos de debajo de las piedras a base de hueros postureos circunstanciales concebidos para camelar al personal.

La fecha de caducidad de esta transversalidad, como se ha comprobado con la experiencia de los big tent anglosajones, será pronto una inmejorable ocasión para recuperar la política con mayúsculas, que es la asentada sobre planteamientos que no embaucan con cuentos chinos y que tratan ante todo de preocuparse de lo fundamental.

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