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El "influencer": una esperanza

El "influencer" se forma con un máster que le diseñan en la universidad boloñesa o en la privada de la esquina

Cuando tantas dificultades se acumulan en el mercado laboral tradicional tenemos la suerte de contar con nuevas profesiones que la verdad dan un respiro a tanto agobio como se padece. Me refiero al oficio de “influencer” que hace furor ahora entre la juventud. -Mi chico estaba preparando notarías pero ha abandonado y ahora quiere ser “influencer”, así me hablaba hace poco una madre aliviada. Lo bueno de esta ocupación es que no se necesita estudiar gruesos volúmenes de Física ni pasar horas en un laboratorio o sobre los códigos ni sobre manuscritos polvorientos en un archivo. El “influencer” se forma con un máster que le diseñan en la universidad boloñesa o en la privada de la esquina. Se lleva mucho el máster transversal de interdisciplinariedad, sostenibilidad y “acountability” que, si tiene éxito, es porque además es respetuoso con el medio ambiente y el género. El no va más, oye. Es verdad que el tal máster es muy fatigoso porque dura casi tres semanas y tiene asignaturas como la de “destrezas cognitivas” o la de “selfies” que no se las salta un gitano (nadie se alborote, esta expresión está admitida por la RAE) pero compensa porque muy pronto te impones en la cadena de suministro y además generas valor añadido que es un gusto. ¿Puede extrañar que en el mundo de los videojuegos haga furor el “influencer” sobre todo cuando se comporta con cercanía? Hay el “influencer” digital que al parecer, por lo que me informan los expertos, es un concepto que aún está un poco borroso, buscando su acomodo entre los grandes conceptos que han jalonado la Historia. Digo esto para advertir al lector de la existencia de caraduras que se presentan con una tarjeta de visita proclamando su condición de “influencer” digital de la misma manera que un viejo conocido mío se proclamaba en idéntico documento como “enemigo de Dios”. Ojo con este estafador que no resiste en rigor un “retuit”. Como existe también, en el colmo de la inverecundia, el falso “influencer” que gana una pasta ofreciendo seguidores en las redes o “me gusta” que luego resultan ser un fraude. Esto irrita porque erosiona la dignidad del “influencer” verdadero, del “influencer” serio y apoyado en plataformas de “marketing”. Hay que estar prevenidos contra ellos porque son ladinos y dañinos. Ya hay una asociación que combate el intrusismo en el “influencerismo” y me consta que está consiguiendo éxitos notables para que todos nos sintamos más ciberseguros. Me preguntará el lector, advertidos mis amplios conocimientos sobre la materia, cómo se retribuye al “influencer”, si por arancel como al registrador, por servicio libre o por tarifa. No es fácil la respuesta porque se admiten modalidades variadas aunque la mejor es la del mensaje testimonial y el monto concreto se valora en atención al impacto en la audiencia y en la calidad de los “followers” (se aprecia mucho a los que se han formado en metodologías “e-learning”). Quiero alertar sobre todo al ejecutivo de perfil alto que no baje la guardia ante quien se presente como “influencer”, no vaya a ser que se trate de un simple bloguero o, lo que ya sería catastrófico, de un revendedor de tecnología. Atención pues y lo mejor es consultar en el Gotha de los “influencers” o, si no se puede, en el Colegio profesional de “influencers” que suele estar cerca del de brujos y videntes. Ya se ve que el lenguaje no hace sino evolucionar y evolucionar para bien, aireado por las más fecundas invenciones de las unidades lingüísticas, de la semántica, qué sé yo … Porque alguien me dirá que a quien he descrito antes se le llamaba embaucador, sablista, trapacero o simplemente enredante, amigo de embelecos y mangancias, también de quien “era a todas guisas ome revolvedor” como decía Gonzalo de Berceo. Puede ser pero convengamos en que todas a estas palabras han de ir al panteón, al pudridero. Hoy -concluyo- lo que se lleva es el “influencer” con su página web “hosting”.

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