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La andanada

Toreo con nombre de mujer

Vaya por delante la preocupación que nos ha invadido ante la noticia de que Jose Mari Manzanares no va a poder comenzar la temporada con normalidad. Esa espalda maltrecha, que tantos problemas ha generado al alicantino, vuelve a ponerle en jaque y en manos de los médicos. Ojalá esa rizolisis de nombre extraño palie los dolores de esa lumbalgia inoportuna. No parece tratamiento con especial complicación, y normalmente la intervención no reviste demasiada recuperación. Del éxito de esa prueba dependerá que el diestro pueda estar el próximo sábado en Valencia para cumplir su compromiso fallero, primero en plaza de alto nivel.

Esa actualidad ha desviado en parte el motivo que da título a estas líneas y que ha venido a protagonizar la semana. Como toda acción genera su propia reacción, la celebración del Día de la mujer el 8 de marzo despierta masculinidades heridas y discriminaciones mal entendidas. Quien todavía no se haya enterado que el concepto «feminismo» lucha por la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, sean del sexo que sean, flaco favor le estará haciendo al buen sentido común y a su particular raciocinio. Eso de las «feminazis» y demás descalificaciones sin fundamento no ayuda más que a una confrontación barata entre sexos y a alejar el foco del problema real: en un país como España, donde pensamos que ya estamos a la vanguardia de todo, los datos sobre desigualdad son apabullantes. Imagínense cómo estará el patio en otras latitudes con situaciones más desequilibradas todavía.

Hablar de la mujer en la tauromaquia resulta asunto muy delicado. No sé si el calificativo exacto es «machista» así, grosso modo, pero de lo que no cabe duda es de que secularmente las mujeres han ocupado un papel muy acorde a la cultura patriarcal: la amante atraída por la figura del guerrero, la esposa abnegada que cría los hijos y reza en casa por el regreso feliz del marido, la belleza en el tendido adornada de flora y mantilla... Esa realidad es constatable y no se puede negar.

Con todo, ha habido un buen ramillete de nombres que corolan la participación femenina ante el dios uro, en igualdad de condiciones que los hombres. Sin olvidarnos del resto de participantes de la fiesta (ganaderas, presidentas, asesoras...), donde todavía hay mucho camino por recorrer, Muriel Feiner realiza un concienzudo y documentado viaje en su libro Mujeres y tauromaquia entre las toreras. De entre todos los nombres que destaca la escritora americana, hay varios especialmente relevantes. Por ejemplo, el de la almeriense María Salomé Rodríguez, conocida como «La Reverte», quien alternó con matadores como Lagartijo o Machaquito, y que hubo de burlar la prohibición de 1908 impulsada por Juan de la Cierva jugando a la ambigüedad sobre su identidad sexual real.

Otro ejemplo de peso fue el de la republicana Juanita Cruz, que pudo torear gracias al levantamiento de la prohibición anterior, pero que hubo de marcharse a América para poder seguir ejerciendo su pasión taurina debido a la nueva prohibición franquista de torear a pie para las mujeres tras la guerra civil. Surgieron entonces varios nombres de rejoneadoras, de entre las que destacó la colombiana Conchita Cintrón, la «Diosa rubia del toreo». Aunque desafió puntualmente a la norma, toreando con estoque y muleta en un par de ocasiones, no sería hasta la 1974 cuando una mujer, fallecida hace ahora dos años, se podría inscribir legalmente como torera profesional en España: Ángela Hernández, alicantina de adopción, consiguió un éxito legal que no vio refrendado del todo en la arena. Ella, como tantas otras, luchó por que fuera el toro, y no la sociedad, quien juzgara la idoneidad profesional en el ruedo.

Como en el resto de disciplinas de la vida, todavía no ha llegado la igualdad total tampoco en el toreo. Nombres como los de Maribel Atiénzar, Cristina Sánchez, Lea Vicens, Mari Paz Vega, Conchi Ríos o la alicantina María Serra siguen siendo demasiado testimoniales y extraordinarios. Ojalá en pocos años podamos decir que solo el toro pone a cada uno (y cada una) en el sitio que se merece.

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